Katia cogió el móvil que se encontraba encima de su
escritorio, se sentó en la cama, y comenzó a borrar sus mensajes. Desde el
primero hasta el último. Aquellos mensajes de texto no eran de amor, ninguno
terminaba con un “te quiero”, sólo contenían el dónde y el cuándo de sus siguientes encuentros. Katia sintió que se comportaba de una manera muy infantil,
pero no le importó, necesitaba deshacerse de todos los recuerdos que tenía de
él. Habían pasado dos días desde la última noche que le había visto, y aún
escuchaba aquellas palabras que retumbaban en su cabeza una y otra vez: “No
somos una pareja”, “Lo siento”. Katia comenzó a llorar, se echó en la cama y
abrazó fuertemente a Bobi, el perrito que siempre la había acompañado en sus
sueños desde que tenía seis años. Habían pasado cuatro años desde aquella
primera noche que había estado con Gael. Aún podía recordar el olor a agua
salada, el sabor a nuevo y los escalofríos que sintió por todo el cuerpo.
Aquella noche se habían dado su primer beso y se habían acostado por primera
vez; para ella era la primera de todas. Recordaba el aroma de Gael que se perdía en la orilla del mar, mezclado
con el sabor a sal y a arena mojada. Ella no le había dicho a él que nunca
había llegado tan lejos con nadie, y él no se lo preguntó. No sabía si Gael se
había dado cuenta, pero se entregó a él como nunca antes lo había hecho,
sintiendo aquella mezcla de dolor y placer que se extendía por todo su cuerpo, sintiendo la emoción que había llenado sus
ojos de lágrimas, que había dibujado en sus labios una sonrisa, que la había hecho
gemir, morder y alcanzar una felicidad que no conocía.
No muy lejos de allí…
Pensó en ir a verla, pero era demasiado tarde. No podía
dejar de pensar en ella, ni siquiera sabía por qué. Normalmente, no se centraba
en una sola mujer, y nunca tenía solamente a una persona en sus pensamientos,
pero aquella noche todo era diferente. Sus
grandes ojos marrones; la sonrisa que a veces escondía; las ondas de su
cabello castaño, que descendían por todo su rostro, por sus hombros desnudos,
como los tenía aquella tarde en la playa. No la había visto desde la noche en
la que la acompañó a casa, y no conocía el motivo, pero echaba de menos hacerla
rabiar, ver la arruga que se formaba en su nariz cuando se enfadaba. ¿Por qué
pensaba en aquello? A Mario le gustaba, y no la podía tocar. Tal vez por eso,
lo deseara tanto. Como siempre le decía su madre, solo quieres las cosas cuando
no las puedes tener. Sí, probablemente fuera eso, tal vez por eso se estaba
comportando como un niño caprichoso que quería una piruleta que no le iban a comprar.
Una piruleta de fresa, de esas que se tardan en acabar, y que cuando se acaban
dejan un sabor dulce durante mucho tiempo. Sí, él quería su piruleta de fresa,
ya no le interesaban otros sabores de piruletas. En ese momento pensó en Katia.
No había hablado con ella desde aquella misma noche, y no lo pensaba hacer, al
menos no pensaba hablar con ella sobre la relación que tenían, o más bien,
sobre la que ya no tenían. Creía que era mejor así. Si ella quería más, no
podía seguir acostándose con ella, era su amiga, y estaría mal.
A unos metros de ese
mismo lugar…
_¿Carla?_preguntó Mario al otro lado de la línea.
_Sí_ contestó Carla, extrañada de que Mario la llamase a
esas horas. Observó las agujas del despertador; eran las doce de la noche de un
domingo.
_¿Te apetece dar una vuelta conmigo?_Mario había hecho esa
misma pregunta varias veces unos minutos
antes de llamarla, pero su voz nunca había sonado tan ahogada como en aquel
momento.
_¿Ahora?_Carla se sorprendió aún más.
_Sí.
_Pero… ¿Ha pasado algo? ¿Estás bien?
_Tranquila estoy bien_ sonrió, pero Carla no lo notó_. Sólo
me apetecía dar una vuelta contigo.
_Bueno, está bien_ Carla no estaba muy convencida, pero pensó
que a Mario sí le pasaba algo, algo que no le quería contar por teléfono.
_En diez minutos estoy en tu casa.
Mario colgó, sin esperar respuesta ni despedida. Carla estaba
confusa, ¿a qué venía todo aquello?. Posó el móvil en la mesita de noche, y se
quitó el pijama que se había puesto diez minutos antes. Sacó del armario una
camiseta de color crema y unos shorts, y se vistió. Después se puso las sandalias
negras, y fue al baño, donde se miró en el espejo y se peinó el pelo. Sus padres
estaban en el salón jugando a las cartas. Se sorprendieron al verla bajar por
las escaleras; había dicho que se iba a dormir.
_Cariño, ¿no estabas en la cama? ¿Quieres jugar?_ preguntó Amanda con una sonrisa, enseñándole la baraja
de cartas, que aún no estaba repartida entre los dos jugadores.
_No…Es que me voy a dar una vuelta_ Carla se sonrojó sin
saber por qué.
_¿Una vuelta? ¿A estas horas? ¿Con quién?_ preguntó Jaime
frunciendo el ceño.
_Con Mario.
Y tras decir aquello, salió de casa. No le importaba que
Mario aún no hubiera llegado o todo lo que su padre pensaba preguntarle en
cuanto atravesara la pared que les separaba. No quería dar explicaciones, y
aunque quisiera, no las sabía, así que no podía darlas. Se sentó en el bordillo
de la acera de enfrente, al lado izquierdo
de una de las ruedas traseras del Ford
Focus. Mario no tardó en llegar. Apareció con una sonrisa, y sin saludar, le
pidió que se levantara. Sugirió dar una vuelta a la orilla del mar, y Carla
aceptó. La cala tan solo estaba a unos minutos de la casa, y aquella noche sólo
se escuchaba el sonido del mar. Mario se descalzó , dejó sus playeros en una plataforma de piedra, donde finalizaban los escalones por los que se descendía para llegar a la cala, y comenzó a caminar por la
arena seca. Carla hizo lo mismo. Ninguno de los dos dijo nada . Mario se
aproximó más a la orilla y ella le siguió. Se sentaron en la arena en silencio,
sin importarles que sus pantalones se mancharan de arena o se mojaran por el agua
que se aproximaba a sus pies lentamente. Miraron el mar, y siguieron unos
minutos callados. Ninguno de los dos se sintió incómodo con aquel silencio.
Carla esperaba a que Mario dijera algo, pero le resultaba agradable estar
con alguien por la noche en la cala escuchando sólo el sonido del mar que se
acercaba y alejaba.
_Te preguntarás por qué te he llamado_ Mario giró la cabeza
y la miró.
_Sí_ ella también lo miró.
_ Creo que ninguna persona en estos tiempos que corren
quedaría con una chica para caminar a la orilla del mar, sólo para decirle por
primera vez lo que quiero decirte a ti ahora.
Carla tragó saliva, y le siguió mirando, nerviosa, esperando
por aquellas palabras que no llegaban.
_Me gustas mucho, Carla_ él estaba serio, y también un poco
nervioso.
_¿Qué?_Carla se sorprendió y también se sonrojó. Volvió a observar
el mar._ ¡Si me acabas de conocer!_lo miró con una sonrisa en los labios, debía
tratarse de una broma.
_Lo sé, pero, ¿y qué? Eres guapa, simpática, agradable… ¿Por
qué no me ibas a gustar?
_Si dices eso, es que no me conoces bien_ Carla se tocó los
dedos de su pie derecho, que ya habían sido bañados por la mezcla de agua y
arena.
_Bueno, estoy seguro de que si te conociera mejor, me
gustarías más.
Mario apartó con su mano derecha los mechones que cubrían el
rostro de ella. Ella le miró sin decir nada. Él movió sus piernas hasta que
llegaron a rozar las de ella. Carla siguió sin moverse, mirándolo fijamente a los ojos, sin saber qué era lo que iba a pasar. Él aproximó sus
labios al cuello de ella, después de que Mario retirara el cabello que lo
cubría. El beso fue tierno y suave. Ella separó sus labios al sentir aquel placer,
e inhaló la combinación de aquel momento con la brisa marina de la primera
noche de julio. Los labios de él se movieron por todo su rostro, deteniéndose
en la mejilla y en el lóbulo de la oreja, para saborearlos más lentamente con su lengua. Ella giró su cabeza, y sin pensar
en lo que estaba a punto de hacer, rozó sus labios con los de él, convirtiendo
un beso inocente en uno de los más apasionados que nunca antes había probado..
Publica el 7 YA.
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