miércoles, 13 de junio de 2012

Capítulo seis.


Katia cogió el móvil que se encontraba encima de su escritorio, se sentó en la cama, y comenzó a borrar sus mensajes. Desde el primero hasta el último. Aquellos mensajes de texto no eran de amor, ninguno terminaba con un “te quiero”, sólo contenían el dónde y el cuándo de sus siguientes encuentros. Katia sintió que se comportaba de una manera muy infantil, pero no le importó, necesitaba deshacerse de todos los recuerdos que tenía de él. Habían pasado dos días desde la última noche que le había visto, y aún escuchaba aquellas palabras que retumbaban en su cabeza una y otra vez: “No somos una pareja”, “Lo siento”. Katia comenzó a llorar, se echó en la cama y abrazó fuertemente a Bobi, el perrito que siempre la había acompañado en sus sueños desde que tenía seis años. Habían pasado cuatro años desde aquella primera noche que había estado con Gael. Aún podía recordar el olor a agua salada, el sabor a nuevo y los escalofríos que sintió por todo el cuerpo. Aquella noche se habían dado su primer beso y se habían acostado por primera vez; para ella era la primera de todas. Recordaba el aroma de Gael  que se perdía en la orilla del mar, mezclado con el sabor a sal y a arena mojada. Ella no le había dicho a él que nunca había llegado tan lejos con nadie, y él no se lo preguntó. No sabía si Gael se había dado cuenta, pero se entregó a él como nunca antes lo había hecho, sintiendo aquella mezcla de dolor y placer que se extendía por todo su cuerpo,  sintiendo la emoción que había llenado sus ojos de lágrimas, que había dibujado en sus labios una sonrisa, que la había hecho gemir, morder y alcanzar una felicidad que no conocía.

No muy lejos de allí…

Pensó en ir a verla, pero era demasiado tarde. No podía dejar de pensar en ella, ni siquiera sabía por qué. Normalmente, no se centraba en una sola mujer, y nunca tenía solamente a una persona en sus pensamientos, pero aquella noche todo era diferente. Sus  grandes ojos marrones; la sonrisa que a veces escondía; las ondas de su cabello castaño, que descendían por todo su rostro, por sus hombros desnudos, como los tenía aquella tarde en la playa. No la había visto desde la noche en la que la acompañó a casa, y no conocía el motivo, pero echaba de menos hacerla rabiar, ver la arruga que se formaba en su nariz cuando se enfadaba. ¿Por qué pensaba en aquello? A Mario le gustaba, y no la podía tocar. Tal vez por eso, lo deseara tanto. Como siempre le decía su madre, solo quieres las cosas cuando no las puedes tener. Sí, probablemente fuera eso, tal vez por eso se estaba comportando como un niño caprichoso que quería una piruleta que no le iban a comprar. Una piruleta de fresa, de esas que se tardan en acabar, y que cuando se acaban dejan un sabor dulce durante mucho tiempo. Sí, él quería su piruleta de fresa, ya no le interesaban otros sabores de piruletas. En ese momento pensó en Katia. No había hablado con ella desde aquella misma noche, y no lo pensaba hacer, al menos no pensaba hablar con ella sobre la relación que tenían, o más bien, sobre la que ya no tenían. Creía que era mejor así. Si ella quería más, no podía seguir acostándose con ella, era su amiga, y estaría mal.

A unos metros de ese mismo lugar…

_¿Carla?_preguntó Mario al otro lado de la línea.
_Sí_ contestó Carla, extrañada de que Mario la llamase a esas horas. Observó las agujas del despertador; eran las doce de la noche de un domingo.
_¿Te apetece dar una vuelta conmigo?_Mario había hecho esa misma pregunta  varias veces unos minutos antes de llamarla, pero su voz nunca había sonado tan ahogada como en aquel momento.
_¿Ahora?_Carla se sorprendió aún más.
_Sí.
_Pero… ¿Ha pasado algo? ¿Estás bien?
_Tranquila estoy bien_ sonrió, pero Carla no lo notó_. Sólo me apetecía dar una vuelta contigo.
_Bueno, está bien_ Carla no estaba muy convencida, pero pensó que a Mario sí le pasaba algo, algo que no le quería contar por teléfono.
_En diez minutos estoy en tu casa.

Mario colgó, sin esperar respuesta ni despedida. Carla estaba confusa, ¿a qué venía todo aquello?.  Posó el móvil en la mesita de noche, y se quitó el pijama que se había puesto diez minutos antes. Sacó del armario una camiseta de color crema y unos shorts, y se vistió. Después se puso las sandalias negras, y fue al baño, donde se miró en el espejo y se peinó el pelo. Sus padres estaban en el salón jugando a las cartas. Se sorprendieron al verla bajar por las escaleras; había dicho que se iba a dormir.

_Cariño, ¿no estabas en la cama? ¿Quieres jugar?_ preguntó  Amanda con una sonrisa, enseñándole la baraja de cartas, que aún no estaba repartida entre los dos jugadores.
_No…Es que me voy a dar una vuelta_ Carla se sonrojó sin saber por qué.
_¿Una vuelta? ¿A estas horas? ¿Con quién?_ preguntó Jaime frunciendo el ceño.
_Con Mario.

Y tras decir aquello, salió de casa. No le importaba que Mario aún no hubiera llegado o todo lo que su padre pensaba preguntarle en cuanto atravesara la pared que les separaba. No quería dar explicaciones, y aunque quisiera, no las sabía, así que no podía darlas. Se sentó en el bordillo de la acera de enfrente, al  lado izquierdo  de una de las ruedas traseras del Ford Focus. Mario no tardó en llegar. Apareció con una sonrisa, y sin saludar, le pidió que se levantara. Sugirió dar una vuelta a la orilla del mar, y Carla aceptó. La cala tan solo estaba a unos minutos de la casa, y aquella noche sólo se escuchaba el sonido del mar. Mario se descalzó , dejó sus playeros en una plataforma de piedra, donde finalizaban los escalones por los que se descendía para llegar a la cala, y comenzó a caminar por la arena seca. Carla hizo lo mismo. Ninguno de los dos dijo nada . Mario se aproximó más a la orilla y ella le siguió. Se sentaron en la arena en silencio, sin importarles que sus pantalones se mancharan de arena o se mojaran por el agua que se aproximaba a sus pies lentamente. Miraron el mar, y siguieron unos minutos callados. Ninguno de los dos se sintió incómodo con aquel silencio. Carla esperaba a que Mario dijera algo, pero le resultaba agradable estar con alguien por la noche en la cala escuchando sólo el sonido del mar que se acercaba y alejaba.

_Te preguntarás por qué te he llamado_ Mario giró la cabeza y la miró.
_Sí_ ella también lo miró.
_ Creo que ninguna persona en estos tiempos que corren quedaría con una chica para caminar a la orilla del mar, sólo para decirle por primera vez lo que quiero decirte a ti ahora.

Carla tragó saliva, y le siguió mirando, nerviosa, esperando por aquellas palabras que no llegaban.

_Me gustas mucho, Carla_ él estaba serio, y también un poco nervioso.
_¿Qué?_Carla se sorprendió y también se sonrojó. Volvió a observar el mar._ ¡Si me acabas de conocer!_lo miró con una sonrisa en los labios, debía tratarse de una broma.
_Lo sé, pero, ¿y qué? Eres guapa, simpática, agradable… ¿Por qué no me ibas a gustar?
_Si dices eso, es que no me conoces bien_ Carla se tocó los dedos de su pie derecho, que ya habían sido bañados por la mezcla de agua y arena.
_Bueno, estoy seguro de que si te conociera mejor, me gustarías más.

Mario apartó con su mano derecha los mechones que cubrían el rostro de ella. Ella le miró sin decir nada. Él movió sus piernas hasta que llegaron a rozar las de ella. Carla siguió sin moverse, mirándolo fijamente a los ojos, sin saber qué era lo que iba a pasar. Él aproximó sus labios al cuello de ella, después de que Mario retirara el cabello que lo cubría. El beso fue tierno y suave. Ella separó sus labios al sentir aquel placer, e inhaló la combinación de aquel momento con la brisa marina de la primera noche de julio. Los labios de él se movieron por todo su rostro, deteniéndose en la mejilla y en el lóbulo de la oreja, para saborearlos  más lentamente con  su lengua. Ella giró su cabeza, y sin pensar en lo que estaba a punto de hacer, rozó sus labios con los de él, convirtiendo un beso inocente en uno de los más apasionados que nunca antes había probado..





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