viernes, 22 de junio de 2012

Capítulo catorce.


Aquella tarde apenas había gente en la cala. Una pareja se bañaba en el mar, disfrutando del calor y del sentimiento de pasión que empezaba a desatarse entre ellos. Un joven los miraba con desprecio desde la arena. Una pareja feliz. Lo que daría él por estar con alguien así, sin amigos traidores de por medio. Resopló al pensar en Gael. No entendía por qué se había comportado así. Le gustaba Carla, vale, pero eso no justificaba que le mintiera ni que se hubiera comportado de esa manera tan egoísta. Nunca había sido así. Hundió los dedos de su pie derecho en la arena dorada, mientras pensaba qué iba a hacer con todo aquello. No había hablado con Carla desde el día que se enteró de que su amigo le había fallado, y aunque tuviera muchísimas ganas de estar con ella, tenía que pensar a solas. Pensar en si iba a perdonar a Gael, en lo que sentía por Carla, y en si iba a volver a verla. ¿Qué sentía por ella? Se lo pasaba muy bien, y estaba felíz cuando estaban juntos, pero no era amor. No era ese amor que sintió una única vez. Aquel amor que le había destrozado, que le había hecho sentirse tan pequeñito, clavándose las espinas de aquella rosa que nunca había llegado a palpar ni a sentir su aroma. Amó por primera y única vez a alguien con tan sólo dieciséis años, y fue una experiencia tan amarga y dolorosa que la recordó toda la vida. Ella nunca descubrió aquel secreto. Se lo iba a confesar en una noche de verano de hacía ya cinco años, pero algo se lo impidió. La peor imagen que podía haber imaginado. Su cabello castaño oscuro se extendía sobre la misma arena que había pisado con ella todas las tardes de aquel verano. Su cuerpo desnudo, recibiendo el calor de aquella noche, y el del cuerpo que estaba sobre ella. Él, escondido tras una roca escuchando los gemidos y los sonios de placer que se escuchaban en la orilla del mar. Sus ojos humedecidos, llenos de dolor. Pero el sufrimiento fue mayor cuando descubrió el rostro del hombre que estaba sobre ella. Era su mejor amigo.

Sí, Katia había sido su primer y único amor, y el recuerdo de aquella noche estrellada fue imposible de olvidar. Nunca se lo había contado a nadie. Y con el tiempo, no supo cómo, pero lo superó, logrando sentir por Katia únicamente amistad.
Él mejor que nadie sabía lo que era estar enamorado de la mujer que está con su mejor amigo. Pero Gael no estaba enamorado, ¿no?

Una sombra en la arena interrumpió sus pensamientos. Se dio la vuelta y observó a una chica de tez blanca y cabello rubio. Era Ana. Rápidamente, se levantó de la toalla y le dio un fuerte abrazo. Hacía mucho tiempo que no se veían. Ella le dio un beso en la frente y sonrió. Mario la invitó a que se sentase con él en la toalla, y ella aceptó encantada.

_¿Qué tal con tus tíos?
_Muy bien_ contestó ella con una sonrisa_. Me lo he pasado genial, pero tenía ganas de volver a veros.
_Yo también tenía ganas de verte.

Ambos dejaron ver una sonrisa limpia y sincera.

_¿Y qué tal estos días?_ preguntó Ana mientras se apretaba más los cordones de la parte de arriba de su biquini negro.
_Bueno…Podían haber estado mejor…_ respondió Mario mientras hacía círculos en la arena con el dedo índice.
_Ya…Gael, ¿no?
_¿Te lo ha contado?_ él la miró serio.
_Sí, me lo ha contado. Y no podéis seguir así. Él se pasó, mucho. No debió haberte mentido, ni haberte traicionado de esa manera. Pero se siente muy mal.
_Yo también me sentí muy mal cuando me enteré.
_Lo sé_ le cogió la mano que estaba apoyada en la toalla_Y lo siento mucho, pero bastante castigo tiene ya con ese cargo en la conciencia. Todo el mundo comete errores, Mario. Podía haberte pasado a ti.

A Mario le ofendieron mucho aquellas últimas palabras. Sobre todo, después de recordar lo que había sucedido hacía tantos años. Lo pasó muy mal, seguramente mucho peor que Gael, y aún así nunca perjudicó a un amigo solamente para que se satisficieran sus deseos. Él amaba a Katia en silencio y nunca se quiso interponer entre ellos dos, aún sabiendo que él no sentía nada por ella. Retiró su mano de la de Ana, y empezó a tocarse los dedos de su pie derecho.

_Creo que a mí no me hubiera pasado. Pero sí, supongo que todo el mundo puede cometer un error.
_Eres muy comprensivo, Mario. Me imagino lo que debe de doler…pero yo creo que deberías perdonarle.
_Ya…Claro, ¿qué me vas a decir tú?_ dijo con una sonrisa a medias.
_Ya._ sonrió._Pero de verdad, Mario, él te quiere muchísimo, y haría lo que fuera por volver atrás en el tiempo, pero…no se puede.
_Lo sé_ reflexionó unos instantes sobre la pregunta que quería hacer a continuación, y finalmente la hizo._ Dime una cosa, ¿él está enamorado de Carla?
_Sí. Pero todavía no lo sabe.

A la misma hora, muy cerca de allí…

Carla se sentó en la cama y encendió su portátil. Unos segundos después de que se iniciase Windows, entró en la página de la Universidad de Oviedo. Menos mal que tenía wifi en la casa. Si no, tendría que haber ido a alguna cafetería para preinscribirse en una carrera que ni siquiera había decidido. Sí, ya estaba publicado en la página que el plazo para la preinscripción ya estaba abierto. Se quedó observándolo durante unos segundos, y después cerró la página y entró en tuenti. No tenía nada nuevo. Buscó en la lista de conectados al chat a la persona con la que quería hablar. Sí, estaba conectada. Raquel era una de sus amigas del instituto, y aunque no fuese su amiga íntima, era la más empática.

Yo: ¡Hola!
Raquel Fernández: ¡Carla! ¿Cómo estás? ¿Qué tal por Alicante?
Yo: Pues bien, ¿vosotras qué tal por ahí?
Raquel Fernández: ¡Muy bien! Aunque el tiempo es asqueroso, nada de sol.
Yo: Ya…Asturias y su tiempo.
Raquel Fernández: Sí… ;) Oye, ¿hiciste ya la preinscripción?
Yo: No… De eso quería hablar contigo. ¿Tú la hiciste ya?
Raquel Fernández: Sí, ¡al final me he decidido por psicología! Me imagino que me cogerán…

A Carla se le iluminaron los ojos al ver el nombre de esa carrera. Por lo visto, no era ella la única a la que le atraía el estudio de la conducta humana. Cuando se había marchado de Oviedo, Raquel quería hacer enfermería, por eso se sorprendió al ver aquello.

Yo: ¡Vaya! ¿Y eso? ¿No querías hacer enfermería?
Raquel Fernández: Sí… pero no creo que valga para eso. Pensé que me gustaba sólo porque me gusta la biología, pero…¡yo no puedo ver la sangre! ¿cómo voy a poder poner una inyección?
Yo: Jajaja, sí, eso es verdad. Yo no sé qué hacer Raquel…
Raquel Fernández: ¿Cómo que no? Entras de sobra en medicina, tú no te preocupes.
Yo: El problema es que no sé si quiero hacer Medicina.

A Carla le costó mucho escribir esa frase. Era la primera vez que decía lo que sentía de verdad, lo que quería hacer con su vida. Raquel tardó unos minutos en contestar.

Raquel Ferández: ¡¡¡¡¡¡¡¿quééééééééééééééé?!!!!!!! ¡Pero si siempre has dicho que querías hacerla! Desde pequeñita…
Yo: Lo sé…pero no es lo que quiero. El único que quiere que la haga es mi padre.
Raquel Fernández: Vaya… No lo sabía L Entonces… ¿qué quieres hacer?
Yo: La verdad es que estaba pensando en lo mismo que tú… Psicología o Trabajo Social.
Raquel Ferández: ¿En serio? ¡Podríamos ir juntas a clase!
Yo: Sí…puede ser. El caso es que no sé qué poner en la preinscripción.
Raquel Ferández: Carla, la que va a estudiar eres tú, la que vas a trabajar de ello, eres tú. Por lo tanto, la que tiene que decidir eres tú.

Carla se alegró al ver lo que su amiga le decía. Tenía toda la razón. Eso era lo mismo que ella pensaba pero que no se atrevía decir. Todos sus pensamientos traducidos en aquellas palabras, que habían rebotado en su cabeza, y la habían hecho despertar en aquellos poco segundos, y darse cuenta de que eso era realmente lo que tenía que hacer.
Le dio las gracias por aquel consejo y se despidió de ella. Después volvió a entrar en la página de la universidad de Oviedo e hizo la preinscripción. La primera opción la ocupaba Psicología, la segunda Trabajo Social, y la tercera…No,no había tercera. Había dejado el resto de opciones en blanco. Por una vez en su vida, estaba realmente segura de lo que quería hacer y de lo que no quería hacer.

miércoles, 20 de junio de 2012

Capítulo trece.


Gael llevaba unos días sintiéndose muy mal por todo el asunto de Mario y Carla. Le consolaba que aquella mañana Ana regresara al pueblo, aunque por poco tiempo, pues después se marcharía a estudiar inglés a Inglaterra durante un mes. Un mes solo. Completamente solo, pues Mario no parecía querer perdonarle y no tenía a nadie más. Estaban Inés y Katia, pero no era lo mismo. No tenía con ellas la misma confianza que con los otros dos. Además, de Katia tampoco sabía nada desde la tarde en la que se marchó de su casa.
Cuando llegaron las 14:30 horas, cerró el puesto de helados y fue directo a la casa de Ana. Tenía muchas ganas de verla y de hablar con ella. Su amiga vivía enfrente de la cala, muy cerca de la casa de Carla. Cuando llegó a la casa verde, sintió un escalofrío por todo el cuerpo. Tal vez ella saliese en ese momento por casualidad. Pero no fue así. Gael pensó que era lo mejor, tal y como estaban las cosas, se tenía que olvidar de Carla. En pocos minutos, llegó a la casa de Ana. Era una de las más grandes del pueblo. Llamó al telefonillo, y desde dentro le abrieron la verja blanca. Aquel jardín siempre le había gustado. Tenía un camino de piedra que llegaba hasta la puerta, rodeado de rosales blancos y rojos. Ana abrió la puerta antes de que Gael tocara el timbre, y se lanzó a sus brazos. Le besó por toda la cara, y él sonreía y se dejaba besar. Nunca había sido tan cariñoso como su amiga. Ana le volvió a abrazar, aunque esa vez el abrazo fue más largo e intenso. Ella ya estaba al corriente de lo que había pasado esos días, y lo sentía mucho por Gael y por Mario. Siempre habían sido muy buenos amigos, pero confiaba en que todo se arreglara. Dijo un “pasa” con una sonrisa de oreja a oreja, y él la hizo caso. Una mujer de cuarenta años con el pelo rizado le esperaba junto a la puerta de la cocina. Era Teresa, la madre de Ana.

_¡Gael! ¡Cuánto tiempo sin verte!

Le abrazó y le dio dos besos. Él hizo lo mismo.

_Lo sé. ¿Cómo está?
_Muy bien chico, ¿y tú? ¡Cada día estás más guapo!
_Gracias_ dijo él con una sonrisa.
_Venga, vamos a arriba, Gael_ dijo Ana.

Subieron las escaleras hasta llegar al dormitorio de Ana. Era una habitación muy grande, con las paredes pintadas de violeta. La colcha de la cama también era del mismo color, y sobre ella caían las mosquiteras blancas. Ana se sentó en el sofá beige que estaba al lado del escritorio, y Gael hizo lo mismo. Ana cogió las manos de su amigo, y le volvió a dar un beso en la mejilla. Él le dio otro a ella.

_Lo siento mucho, cielo.
_Lo sé_ Gael sonrió y la abrazó con fuerza.
_¿Sabes ya algo de Mario?
_No_ dejaron de abrazarse y se miraron a los ojos_. No le he vuelto a ver desde el martes.
_Voy a hablar con él.
_No, Ana, no. Es asunto nuestro.
_Quiero que lo solucionéis ya. No tiene sentido. Sois dos buenos amigos.
_Sí, pero le he traicionado.

Ana agachó la cabeza. Sabía que Gael tenía un poco de razón, pero no quería hundirle más. Volvió a mirar aquellos ojos verdes con los que soñaba de pequeña.

_Bueno, él también tiene que entender que Carla te guste. Aunque ya sé que eso no justifica lo que has hecho. Te gusta mucho, ¿verdad?_ dijo con una sonrisa.
_Sí. Es raro. Nunca me había comportado así. Nunca había sentido celos, y el otro día me comporté como un… paranoico. No sé si me gusta, o es que estoy fuera de si.
_Yo creo que te gusta_ le tocó con su mano la mejilla._ Y seguro a que a ella también le gustas.
_Que va, me odia. La verdad es que le toqué un poco las narices, pero…eso con las tías siempre funciona.

Ana reflexionó sobre aquellas palabras.

_Tienes algo de razón, sí. Nos gusta que nos hagan sufrir. Y seguro que ella está pensando en por qué no le tocas las narices de nuevo.
_No lo sé, pero, ¿qué más da? Lo principal ahora es Mario. Tengo que solucionar las cosas con él.
_Sí. Y yo te voy a ayudar. Pero ahora vamos a distraernos un poco, que ya está bien de que te tortures.  ¿Comemos y nos vamos a la cala?
_Claro_ contestó sonriente. La verdad es que tenía ganas de divertirse algo y alejar de su cabeza aquel sentimiento de culpabilidad.


Un tiempo después, en otro lugar…

Carla cogía el móvil, lo desbloqueaba, y lo volvía a posar sobre la mesita de noche. Tal vez no le sonara la melodía de los mensajes y las llamadas. Pero no era así. No tenía nada nuevo en el móvil. Nada de Mario. No sabía nada de él desde que le había mandado aquel mensaje diciendo que no podía quedar unos días antes. Ya había aclarado más o menos sus sentimientos, y sabía que no era amor, pero le apetecía verle. Se lo pasaba muy bien con él y era la única persona por la que había sentido aquella atracción sexual que le había hecho llegar hasta donde ella no podía imaginar. Pero sin alcanzar el final. Eso era lo que estaba esperando ella, ese final. Era algo tan impropio en Carla. Siempre había esperado al chico adecuado y al momento adecuado; sin embargo en aquellos días habían cambiado muchas cosas. Se dejaba llevar. Sentía que lo quería hacer y aunque su cabeza en ocasiones le dijera que parara, ella no la hacía caso. Y se sentía feliz así.
Todo aquello le había hecho olvidar su problema principal: decidir qué hacer respecto a sus estudios. El día siguiente comenzaba el plazo para la prescripción. Si elegía Medicina como primera opción, la aceptaban, y se matriculaba no podría volver atrás. Deseaba que no la aceptaran, así podría elegir la segunda opción, y su familia no podría decirle nada. Pero no, aquello era algo difícil. Se sacarían listas cada semana, y si no entraba en Medicina en la primera, podría hacerlo en la segunda, o en la tercera… Sus padres la mandarían esperar, y así podría perder su plaza en la segunda opción, en la que estaba segura que la aceptarían, pues la nota de corte era mucho menor. En realidad, dudaba entre dos segundas opciones, aunque a ella le gustaría que aparecieran en su lista de prescripción antes que medicina . Eran Psicología o Trabajo social. Una de esas dos. Para cualquiera de ellas, tenía nota suficiente. Quería ayudar a los demás, darles toda su atención, solucionar los problemas de la sociedad. Sí, eso era lo que quería hacer. Nunca se lo había contado a nadie. Si su padre se enterara… siempre dijo que esas profesiones no tenían futuro. Y tal vez fuera verdad, pero ella sabía que la harían feliz.

Observó la cala a través del ventanal, y algo detuvo aquel diálogo mental que estaba teniendo con ella misma. Confusión. Era Gael echado en su toalla boca arriba. Estaba con una chica que daba saltitos a su alrededor. Después se tiró encima de él, y le empezó a hacer cosquillas. Un poco después, comenzó a correr por la arena, y él la siguió, hasta llegar junto a ella y rodearle la cintura con sus brazos. Se abrazaron y ella le dio un beso. ¿Pero dónde se lo había dado? ¿En la boca? ¿En la mejilla? Desde aquella distancia no lo podía ver bien. Lo que estaba claro es que tenían mucha complicidad. Tal vez estuvieran juntos. Ella era una chica muy guapa. No le podía ver la cara pero tenía muy buen cuerpo, de eso no cabía duda. En ese momento, Carla deseó ser aquella chica, pero no supo por qué. Cuando Gael y aquella chica rubia se volvieron abrazar y sintió una punzada en el pecho, entonces creyó haber encontrado el por qué. Y no le gustaba.

martes, 19 de junio de 2012

Capítulo doce.


_Tú dirás tío.

Mario estaba algo confundido. Aquella llegada de Gael tan inesperada, verle tan serio… Ese “Tenemos que hablar”, lo que siempre se dice cuando hay que dar una mala noticia, o cuando dejas a alguien. A Mario le tranquilizó que nadie le fuera a dejar, pero entonces, ¿qué mala noticia tendría que darle su mejor amigo? Mario se sentó en otro sillón, y se giró hacia él para escucharle con toda su atención. Gael intentaba encontrar las primeras palabras; no sabía si ir directo al grano, o si decirlo con muchos rodeos.

_Te he mentido, Mario_ decidió quedarse con la primera opción.
_¿Me has mentido? ¿Respecto a qué?_ Mario se extrañó de que lo que le tuviera que decir fuera aquello. Pensó que probablemente la mentira apenas tendría importancia, pero pronto comprobó que se equivocaba.
_Ayer no estaba mal por Katia. Todo lo que te dije ayer no era verdad.
_¿Pero cómo que no? ¿Por qué?

Mario no entendía nada. ¿Por qué le iba a mentir sobre sus sentimientos? Siempre habían sido sinceros el uno con el otro. En ese instante recordó aquella mañana en la que había ido a visitar a Katia al trabajo. Mierda. Le había contado una mentira también a ella, pero no a propósito, desde luego.

_Lo hice porque sabía que estabas con Carla, y no quería que te acostaras con ella

Gael dijo aquella frase sin mirarle a la cara. Observaba los numerosos círculos dibujados en la alfombra. Mario se levantó del sillón y dio unos pequeños pasos antes de situarse delante de Gael. Éste se levantó también, quería hablar con Mario a la misma altura, aunque en ese momento sintió que no le llegaba ni a la suela de los zapatos. Mario le miró a los ojos, y Gael también lo hizo. Para este último, aquello fue peor que recibir mil insultos. Le había fallado. Le había traicionado ¿Cómo había podido hacerlo? ¿No le iba a decir nada? ¿No le iba a insultar? ¿No le iba a pegar? ¿No iban a discutir?

_ Nunca pensé que llegaras a ser tan egoísta y mentiroso_ dijo casi en un susurro.
_Lo sé. Yo tampoco pensé nunca que pudiera hacer esto. Estoy muy arrepentido.

Mario observó los ojos de Gael. Decían la verdad, no como la tarde anterior. Mario dio unos paseos por la habitación, y volvió a mirar a su amigo, aunque en aquel momento, ni siquiera sabía si era su amigo.

_¿Por qué lo has hecho?

Mario formuló aquella pregunta, pero creía adivinar la respuesta.

_Me gusta Carla.

Sí, Mario no se había equivocado.

_Te gusta Carla…Ya.
_¿Qué quieres decir con ese “ya”?
_Nada. Sólo que vaya casualidad, ¿no? Toda la vida te has quedado tú con las chicas. A mí nunca me han mirado, excepto para preguntarte tu nombre. Y ahora, que al fin estoy con alguien que merece la pena, a ti te gusta. ¿No te parece una casualidad? Eres un caprichoso, Gael. Sólo quieres lo que no tienes.

Gael agachó la cabeza. Mario tenía razón en todo lo que había dicho. No tenía excusa. Se había comportado como una persona egoísta y caprichosa, como lo haría un mal amigo. Se aproximó a Mario. Tenía que pedirle perdón. Tenía que decirle que sabía que lo había hecho mal, y que no lo volvería a hacer.

_Mario. Lo siento muchísimo, de verdad. No me siento nada bien con todo lo que hecho. Y si pudiera volver atrás, no lo volvería hacer. Sigues siendo mi mejor amigo, y entiendo que no confíes en mí ya, pero por favor, intenta perdonarme. Me comporté muy mal. No sé tío, me entraron celos, no lo pude evitar. Fue un impulso. Sé que no es excusa pero…

Gael no sabía qué mas decir. Mario observaba aquellos ojos verdes que pedían perdón, pero él no quería ni podía perdonarle, ni siquiera le había dado tiempo a asimilar todo lo que se había hablado en aquella salita. Necesitaba tiempo para pensar. No estaba bien tomar las decisiones en caliente. Necesitaba ver las cosas desde lejos, y pensarlas en frío. Sí, eso era lo que necesitaba.

_Gael, déjame solo, por favor. Necesito pensar.

Gael asintió, y sin decir nada, salió de la casa de Mario.

Unas horas más tarde, en otro lugar…

Carla había llegado a casa después de pasar un día en Alicante con sus padres. Habían comprado varios recuerdos para llevar a su familia y amigos de Asturias, y ella se había comprado un conjunto de ropa interior en Women’ Secret. Necesitaba algo nuevo y bonito para su siguiente encuentro con Mario, sólo por si acaso. Le temblaron las piernas sólo de pensarlo, y sonrió. Observó su móvil conectado al cargador en uno de los enchufes de su dormitorio. La batería estaba cargada así que lo desenchufó. Tenía un mensaje, de Mario.

“Hola Carla. Mañana tampoco podemos vernos. Me ha surgido un compromiso. Ya te llamaré”

Se lo había enviado a las 19:30 horas. Carla se llevó una decepción al leerlo. Además, le notaba algo extraño, aunque eso en un mensaje tampoco se podía saber con certeza. Pero normalmente, era mucho más cariñoso con sus mensajes. Siempre se despedía con “Un beso princesa”, o saludaba con “Hola cielo”. Sin embargo, aquel mensaje había sido mucho más frío.
Se tumbó en la cama, y encendió su Ipod. Sonaba “Otro día más sin verte” de Jon Secada. “Vaya, qué bien me viene esto” pensó Carla. Mientras escuchaba aquella letra, comenzó a pensar en lo que Mario realmente significaba para ella. ¿Era amor o sólo atracción? Sin duda, sentía mucha atracción sexual hacia él, pero había algo más. Él le gustaba, se sentía muy bien cuando estaban juntos. “Ya me es imposible soportar otro día más sin verte. Ven, dame una razón…”  En ese momento, pensó en cuál sería el compromiso que le había surgido a Mario. Tal vez fuera otra chica. Pensó que se sentiría incómoda ante aquella idea como le había pasado en otras ocasiones cuando estaba con algún chico, pero esa vez no fue así. No sintió nada, y entonces se dio cuenta de que aquello no era amor.

lunes, 18 de junio de 2012

Capítulo once.


_Te echo de menos, Ana.

Gael hablaba con su amiga Ana desde el salón de su casa. Ella estaba pasando unos días en la casa de sus tíos de Valencia. Siempre habían sido muy buenos amigos, desde los cuatro años, pero su amistad se reforzó cuando se hicieron novios en sexto de primaria. Gael aun recordaba la carta que le había escrito y la sonrisa de aquella niña con dos trenzas al leerla. Se habían dado su primer beso juntos, y mantenían recuerdos muy bonitos de aquella historia inocente. Desde ese momento, siempre mantuvieron un vínculo muy especial, y se contaban cualquier anécdota, por muy insignificante que fuera.

_Yo también, cielo. Tengo muchas ganas de verte.
_¿Cuándo vuelves?_ preguntó Gael mientras acariciaba el borde del mueble de la televisión.
_El jueves ya.
_¿Te lo estás pasando bien?
_Sí, mucho. Te tengo muchas cosas que contar. He conocido a mucha gente, y bueno también a un chico.

Gael sonrió al escuchar aquello.

_¿Un chico? ¿Algo serio?
_Pues claro, yo no soy como tú_ se burló Ana_. Y tú, ¿qué? ¿Qué tal con Katia? ¿Alguna novedad?
_La verdad es que ya no estoy con ella…Ahora hay otro asunto…
_¿Otro asunto?_ Ana parecía sorprendida_ Dime, ¿de qué se trata?
_Ha llegado aquí una chica nueva, y bueno me gusta… Pero no sabes lo mal que me he portado con Mario…
_¿Con Mario? ¿Pero qué tiene que ver Mario con esa chica?
_Pues verás es que él…_Gael no acabó la frase al escuchar el timbre de la puerta_. Ana, están llamando a la puerta, te tengo que dejar.
_Jolín, qué casualidad. Venga, vale, pero llámame en cuanto puedas. ¡Me he quedado muy intrigada!
_Claro. Pásalo muy bien. Te quiero cangrejita.
_Yo también te quiero mongolin.

Gael colgó el teléfono con una sonrisa por haber hablado con su amiga, pero también algo decepcionado, por no haber podido contarle todos los remordimientos de conciencia que tenía. Cuando abrió la puerta, se llevo una gran sorpresa. Era Katia. Estaba realmente guapa. Se había alisado el cabello, y llevaba un top negro muy ceñido que resaltaba sus pechos. Además, había algo en ella distinto, algo que iluminaba su rostro, sus ojos, su sonrisa…

_¿Puedo pasar?_ preguntó ella con timidez.
_Claro, no te esperaba.

Se sentó en el sofá del salón, y Gael también lo hizo, a varios centímetros de distancia, para evitar situaciones incómodas.

_Estaba hablando ahora con Ana.
_Oh_ su expresión cambió, y se puso seria._ Vaya, ¿y cómo está?

A pesar de haber formado el mismo grupo desde que eran pequeñas, a Katia desde hacía años no le caía bien Ana. Tal vez fuera por ese vínculo tan peculiar que tenía con Gael. Siempre había sentido celos de ella, porque sabía que él la quería, tal vez sólo como su mejor amiga, pero la quería más que a ella, y no podía evitar sentir cierta envidia.

_Bien. Llega el jueves ya_ contestó Gael con una sonrisa.
_Bueno, Gael, verás, yo he venido a hablarte de lo que pasó el viernes_ dijo Katia con decisión, algo poco habitual en ella.
_Oh, dime_ Gael no entendía por qué quería volver a hablar de aquello.
_A mi me gustas mucho, Gael_ se atrevió a decir, después de muchos ensayos delante del espejo de su tocador._ Y sé que tú echas de menos estar conmigo, y que también te gusto.

Gael empezó a comprenderlo todo. Las ideas le vinieron a la mente de golpe. Mario. La conversación que habían tenido en aquel mismo lugar la tarde anterior. Le había dicho que estaba muy mal porque echaba de menos a Katia, y que aunque no quería más, le gustaría volver a estar donde estaban. Y le había dicho que no contara nada, pero por lo visto él no le hizo mucho caso. No tenía derecho a molestarse, él se había portado mucho peor. Intentó inventarse otra mentira más, pero no encontró ninguna. El arte de mentir sólo lo tenían ciertas personas, y el no era una de ellas.

_Mario, ¿verdad?_ dijo finalmente con una sonrisa.
_Oh, no, Mario no me ha dicho nada…

Gael comprendió que Katia tampoco era una de esas personas que sabían mentir.

_Eh, no pasa nada. No me voy a enfadar con él_ la tranquilizó.
_Bueno, de todos modos, no tenemos que hablar de él. La cuestión es que te gusto, y me gustas, y que si los dos echamos de menos lo que teníamos antes, no veo por qué no podemos seguir haciéndolo.

Gael se quedó sin palabras. No sabía qué decir. ¿Cómo le iba a contar que todo lo que le había dicho a Mario era mentira, que sólo había sido una excusa para que no se acostara con Carla? Katia se aproximó a él con una sonrisa, y empezó a besarle suavemente el cuello. Gael no podía seguir con todo aquello, no podía tener tantos cargos en su conciencia. Debía zanjar el asunto. Apartó su cuello de los labios de Katia y la miró serio. Ella estaba desconcertada.

_Katia, lo siento de veras, pero no…
_¿Cómo que no? No te entiendo.
_Ya, es normal que no me entiendas. Verás lo que te dijo Mario fue un…malentendido.
_¿Un malentendido? ¿Todo lo que me dijo fue un malentendido?_ Katia había comenzado a gritar, pero no se dio cuenta.
_Sí…verás, es que yo no he sido del todo sincero con Mario.
_¿Pero por qué? Si sois amigos.
_Bueno, eso es algo difícil de explicar, y es asunto nuestro.
_¡No es asunto vuestro! ¡También me incumbe a mí!_ Katia se había levantado del sofá y miraba a Gael con una mezcla de enfado, depeción y confusión.
_Lo siento, Katia. De verdad que lo siento.

Las palabras de Gael fueron sinceras, pero Katia no dijo nada. Se marchó de aquella casa con un portazo, antes de derramar la primera lágrima de muchas. Fue un llanto de amor no correspondido, de sentir que habían insultado su inteligencia. ¿Un malentendido? Se estaba riendo de ella.
Gael siguió sentado en el sofá y suspiró, intentando llevarse con aquel suspiro todos los errores que había cometido, pero aquello no sucedió. Entonces se dio cuenta de que había llegado el momento de contarle toda la verdad a Mario.

Un poco después, en otro lugar…

“Lo siento Mario. Hoy no podemos vernos. Mis padres quieren ir a Alicante esta tarde y me llevan con ellos. Pero mañana podemos vernos, si tú quieres… Tengo muchas ganas de estar contigo. Un beso.”

Ese era el mensaje que le había mandado Carla a las 15:21 horas. Parecía que siempre había algo que estropeaba sus quedadas. La tarde anterior había sido Gael y aquel día ni siquiera podían quedar. Siempre había algo. Gael. Estaba contento por su amigo. Creyó que decírselo a Katia era lo mejor que podía hacer, así serían felices los dos. 
Pensó en ir a la cala aquella tarde, pero las nubes grises habían cubierto el cielo azul que se veía casi todos los días. Seguramente caería una tormenta. Finalmente se sentó en el sofá de la salita, y encendió el televisor. Se encontró con “El Secreto de Puente Viejo” y decidió quedarse viéndolo. Su tía estaba enganchada a aquella serie. Poco después de que empezara a entender un poco el argumento, llamaron a la puerta. Era Gael. Mario sonrió.

_¡Hola! ¡No esperaba verte hoy! ¿Has visto que mierda de día hace?

Gael ignoró aquellas palabras y se sentó en el mismo sillón donde había estado Mario segundos antes. Cogió el mando y apagó el televisor.

_Mario, tenemos que hablar.


domingo, 17 de junio de 2012

Capítulo diez.


Sólo quedaba media hora para que Katia saliera de trabajar. Una joven entró en el comercio y Katia la atendió con una sonrisa. Observó el mal aspecto de su cabello; tener el pelo negro y teñirse de rubio platino estaba claro que no era una buena idea. Katia enseguida la miró a los ojos. Esa era una de las reglas de cómo atender a los clientes, se la habían enseñado en el curso de formación que le habían exigido para trabajar en la tienda.

_Buenas tardes. ¿Qué desea?
_Bueno… la verdad es que sólo quería mirar.
_Muy bien. Si tiene alguna duda, no dude en hablar conmigo.

 Katia siguió manteniendo su sonrisa falsa. La mujer con dos colores de cabello también sonrió. “Sólo quiero mirar…” Cuántas veces lo había dicho ella en otras tiendas, y sin embargo, no le había empezado a molestar esa frase hasta que la repetían el noventa por ciento de las personas que entraban en Sugar.
Comenzó a doblar las camisetas de mujer que estaban desorganizadas en los estantes. Una voz conocida interrumpió su trabajo.

_Katia.

Era Mario.

_¡Mario! ¿Qué haces tú aquí? Nunca vienes a verme…_ Katia se sorprendió por aquel gesto de su amigo.
_Bueno, la verdad es que quería hablar contigo.
_Vaya…¿ Ha pasado algo grave?_ Katia siempre se ponía en lo peor.
_No, no._ la tranquilizó con una sonrisa._ No es nada malo. ¿Tienes algo de tiempo ahora?
_Bueno, si no te importa que mientras hablemos siga doblando camisetas…
_No, no me importa.
_Bueno, pues dime_ dijo ella mirándole a los ojos.
_He estado con Gael.

Katia bajó la mirada y comenzó a doblar una camiseta de tirantes roja.
_Ah.

_Y hemos hablado de ti. _ añadió él.

Mario esperó que Katia dijera algo, pero aquello no ocurrió, así que continuó hablando.

_Bueno, en realidad yo no debería estar aquí. Me ha dicho que no te dijera nada, pero sé lo que sientes.
_¿Y qué siento?_ preguntó ella seria, volviendo a fijar la mirada en sus ojos marrones.
_Pues sientes que darías cualquier cosa por estar con él. Tú le quieres_ él también la miró.

Katia se sonrojó, y sin saber qué decir, volvió a estirar la camiseta que ya había doblado.

_Eh, Katia. No pasa nada, mírame_ el tocó la mejilla de ella, y Katia volvió a mirarle.
_Puede que tengas razón, pero, ¿acaso importa? Él nunca querrá conmigo lo mismo que yo quiero con él.
_Eso no está claro.

A Katia le brillaron los ojos de esperanza. Si Mario le había dicho eso era porque sabía algo. Su amigo no era de los que metían cizaña.

_¿A qué te refieres?_ intentó mostrar indiferencia, pero sus ojos y sonrisa la delataron.
_Está hecho polvo. Ayer me llamó porque necesitaba hablar del tema. Se arrepiente de haberse portado así contigo, Katia. Echa de menos que os veáis, que os acostéis… Y no me dijo que quisiera más de lo que hubo entre vosotros, pero te voy a decir una cosa, si Gael se pone triste por una chica, es que ella le gusta mucho. De verdad, nunca le había visto así.

Katia volvió a estirar la camiseta que había doblado por segunda vez, y corrió a los brazos de su amigo. Fue un abrazo amistoso y sincero, de los que se dan por alegría y no como forma de consolación.

_Ay, Mario. ¡Muchas gracias por decírmelo! No me quiero hacer demasiadas ilusiones, pero esto es la mejor noticia que me han dado en los últimos días_ dijo emocionada una vez finalizado el abrazo.
_Bueno, lo que te voy a pedir por favor, es que no le digas nada a Gael de que te lo he dicho. No quiero que piense que le he fallado. Tú habla con él, vuélvele a proponer que os sigáis viendo, él no te va a decir que no.
_No te preocupes Mario, no diré nada, pero lo que no entiendo es porque no me lo dice él, no es tímido precisamente.
_No, no lo es, pero…está acojonado Katia. Es la primera vez que siente esto.

Katia sonrió aún más al escuchar aquello, y esa mañana ni siquiera le importó que la chica del pelo a dos colores no hubiera comprado nada. Estaba feliz.

A la misma hora, en otro lugar…

La familia Díaz comía en el comedor. Ese mediodía había macarrones con tomate. Carla pinchaba los macarrones con el tenedor y los llevaba a la boca con una sonrisa, sin escuchar la conversación que estaban teniendo sus padres, abstraída de todo aquello que no estuviera en sus pensamientos, de todo aquello que no fuera Mario. Recordaba la tarde anterior en su casa, todo lo que había llegado a hacer, lo que nunca se había imaginado que podría llegar a hacer. Con Mario todo era fácil, diferente. Mantenían una atracción irrefrenable, y una complicidad que nunca había experimentado. Todo era nuevo, pero por primera vez en su vida, la novedad le gustaba. Le gustaba el sexo, o el comienzo de éste, y aunque sus pensamientos a veces discutían entre sí sobre qué estaba bien y qué estaba mal, lo a gusto que se sentía cuando estaba con Mario,  hacía que mereciesen la pena todas las batallas que tenía en su cabeza. Aquella tarde había estado a punto de… Si no hubiera sonado el móvil… Gael, ¿por qué siempre tenía que aparecer por algún sitio? Ese chico estaba empeñado en fastidiarla. Pero en el fondo, le gustaba que lo hiciera, aunque no sabía por qué.

_Carla, aún no nos has dicho qué hiciste con aquel chico hasta las tres de la mañana_ dijo su padre con el ceño fruncido, recordando la noche del domingo en la que Mario había ido a buscar a Carla a casa.
_Ya te lo dije papá, vimos a unos amigos, y nos quedamos con ellos.
_Ya_ contestó él sin creerse una palabra, pero enseguida recordó otro tema más importante_ Acuérdate de que el plazo para la prescripción empieza el viernes.
_Sí, papá. Pero aún es martes.
_Bueno, para que no se te olvida. No querrás quedarte sin plaza en medicina, ¿no?

Carla no contestó y siguió comiendo los últimos macarrones. Medicina, medicina, medicina. Estaba harta de escuchar aquella palabra. No tenía claro qué iba a hacer con su futuro académico y profesional, y su padre no se lo estaba poniendo nada fácil. El plazo de preinscripción duraba cuatro días, así que tenía una semana para decidirse. Una semana para decidir qué quería hacer con su vida.

viernes, 15 de junio de 2012

Capítulo nueve.


Mario la empujó contra la pared del pasillo, y la acorraló con sus brazos. Ella se sorprendió por aquel movimiento de pasión, pero le siguió el juego enseguida. Mario comenzó a lamer su cuello, mientras ella mordía el lóbulo de su oreja. Él palpó su piel por debajo de su camiseta, mientras la besaba dulcemente en los labios. El beso se hacía más apasionado a medida que sus manos llegaban al borde del sujetador; después comenzó a tocar sus pechos. Los dos gimieron de placer. Las camisetas de ambos pronto aparecieron en el suelo. Él agarró el trasero de ella con las manos, primero por encima de su falda azul turquesa, y después por debajo. Después la desabotonó y cayó debajo de sus pies. Se siguieron besando a medida que se movían y subían las escaleras hasta llegar al dormitorio de Mario. Carla ni siquiera observó aquel lugar en el que nunca había estado, y se dejó tirar por Mario en la colcha de terciopelo que cubría la cama. Mario se echó encima de ella y comenzó a lamer su pecho, mientras intentaba encontrar el cierre del sujetador. Ella lo abrió y lanzó el sujetador negro al suelo. Él volvió a lamer sus pechos, más detenidamente, dando pequeños mordiscos en sus pezones mientras ella gemía por la combinación de aquel dolor y placer. Sin pensarlo dos veces, ella desabotonó sus vaqueros, mientras él la ayudaba a quitárselos, quedándose solo con unos bóxer de color verde. Pronto, cambiaron la postura, situándose ella arriba y él abajo. Ella comenzó a montar a horcajadas sobre él, mientras los dos se mordían su labio inferior en señal de placer. Ella comenzó a lamer su cuello, hasta llegar al borde de los calzoncillos. Levantó con sus dedos la goma elástica, y su lengua comenzó a explorar aquel territorio desconocido. Se sorprendió a si misma al quitarle los bóxer y arrojarlos al suelo, al lado de su sujetador. Tocó su pene erecto con suaves movimientos de arriba-abajo, mientras introducía su lengua en su boca.
Y en aquel mismo instante, comenzó a sonar el móvil de Mario.

Unos minutos antes en otro lugar…

Carla había ido a ver a Mario, y aquella tarde los padres de Mario se iban a Alicante a comprar una nueva estantería para el salón. Al menos eso fue lo que él le había contado el día anterior. ¿Mario tendría la intención de acostarse con ella aquella misma tarde? Bueno, tal vez, pero Carla no se dejaría. Al menos eso creía Gael. No la conocía mucho, pero era muy transparente, no era la clase de mujer que se acostaría con un chico al día siguiente de besarlo por primera vez. ¿O tal vez sí? Aquellas dudas atormentaban a Gael, quien todavía se preguntaba el motivo de aquel sentimiento  que había comenzado a desatarse en su interior. Y si se la tiraba, ¿qué? Tampoco pasaba nada. Había muchas otras chicas por el mundo. ¿Por qué justamente se había tenido que encaprichar de Carla? La respuesta la escuchó enseguida en sus pensamientos: porque no la podía tener. No la podía tener porque Mario era su mejor amigo y no lo podía traicionar, y menos por aquella chiquillada. Lo más probable, dado su historial, era que se la tirara y después se olvidara de ella, y entonces se arrepentiría de haberle fallado a su amigo por aquella tontería. ¿O no era una tontería? ¿Carla significa más para él que eso? La respuesta esta vez  también llegó de manera clara y rápida a su cabeza: sí. ¿Por qué? Eso ya no lo sabía, pero con Carla no quería follar una sola vez, con Carla quería hacer el amor cada noche, hacerla enfadar y después pedirle perdón. Eso era lo que quería.
Sin pensar más, cogió su móvil y buscó en la agenda el número de Mario. Pulsó el botón verde y esperó a que sonaran cinco toques, después saltó el buzón de voz. Volvió a hacer la misma operación y el resultado fue el mismo. Con pocas esperanzas, lo intentó una última vez.

_¿Qué?_gritó Mario al otro lado de la línea.

Sus dudas se resolvieron en aquel instante. Si Mario había contestado así, significaba que estaba ocupado, y si estaba ocupado era porque…No, no quería imaginarlo. Debía pensar rápido. Debía encontrar una excusa para que no pasara lo que iba a pasar.

_Hola tío. ¿Nos podemos ver ahora?
_¿Ahora?_ repitió Mario con un tono de voz más alto.
_Sí, es que tengo que hablar contigo.
_Bueno Gael pues hablamos otro día. Ahora estoy ocupado… Te tengo que dejar…
_¡No! ¡Espera! Es importante.
_¿Qué pasó?_Mario comenzó a preocuparse.
_Me siento muy mal por lo de Katia_ fue lo primero que se le ocurrió decir_ Creo que debería arreglarlo con ella.

¿Gael preocupado por una chica? Mario no daba crédito a lo que estaba escuchando. Pensó realmente en ir, pero giró la cabeza y vio a una chica sin sujetador esperándole en la cama.
_¿No lo podemos hablar mañana?
_No, por favor. Ahora.
_Está bien. Voy ahora a tu casa_ suspiró Mario.
_Muchas gracias Mario.

Gael colgó y pronto comenzó a sentirse como una rata miserable. Había mentido a su mejor amigo para que no se acostara con la chica que a él le gustaba. Había puesto como excusa a Katia para evitar lo que él no podía ni imaginar. Sí, definitivamente Carla era alguien importante para él, alguien que le había convertido en un ser egoísta y mentiroso.



Capítulo ocho.


Se sentaron en uno de los bancos que se encontraban en la plaza. Abrieron sus bolsas de Doritos que acababan de comprar en el quiosco de enfrente, y empezaron a comer en silencio.

_¿Cómo estás?_ Inés giró la cabeza y observó a Katia.
_He tenido días mejores_ contestó ella contemplando las cáscaras de pipas que alguien había tirado en el suelo.
_¿Por qué no hablas con él? A lo mejor  ha cambiado de opinión.

Katia  fijó su mirada en los ojos azules de Inés, mientras ésta observaba la palidez del rostro de su amiga, que destacaba las ojeras que se habían originado debido a varias noches de insomnio.

_No, Inés. No ha cambiado de opinión. Él nunca me ha querido, ¿quieres que le pida que me siga utilizando sólo para el sexo? No lo voy a hacer, no me lo voy a hacer a mí misma.

Inés reflexionó sobre las palabras de su amiga. Tenía razón. Él nunca había sentido lo que desde el primer día había sentido Katia. Gael no sabía que él había sido el único sabor que Katia había probado. Inés no dijo nada más, y comió otro dorito. Ellas no necesitaban decir nada para comprenderse, y aquella tarde en la que el silenció sólo se rompía con el crujido de los doritos, Inés la había entendido mejor que nunca.

Esa misma tarde, no muy lejos de allí…

_¿Quieres que nos veamos?_ preguntó Mario con una sonrisa en los labios.
_¡Sí! Me paso por tu casa dentro de quince minutos, ¿vale?
_Vale, princesa. Nos vemos.

Y colgó. Princesa. Nunca la habían llamado así. Dio un pequeño grito de alegría, y bajó corriendo por las escaleras de caracol. Sus padres no estaban allí, habían ido a pasar el día a la cala. En ese momento, Carla se dio cuenta de que podía haberle dicho a Mario que fuera a su casa. No, eso era ir demasiado deprisa, y aunque la noche anterior ya había corrido demasiado rápido, su mente le pedía un descanso. Lo que había ocurrido aquella noche, le había hecho dudar de si misma, de sus valores. Siempre había pensado que debía esperar al chico adecuado para dar ciertos pasos, y sin embargo, sus pies habían caminado muy deprisa en una sola noche con un chico que acababa de conocer, y que ni siquiera le gustaba hasta que pasó lo que pasó. Pero ella estaba feliz. Había superado muchos de sus miedos, de sus temores, en solo unas horas, y se dio cuenta de que lo que antes era miedo se había transformado en placer. Salió de casa y se dirigió al hogar de su amante.
Entonces fue cuando se encontró al chico que había desaparecido de sus pensamientos durante unas horas. No supo por qué, pero al ver su rostro, su cuerpo comenzó a temblar. El chico se detuvo a solo unos centímetros de ella. Carla tenía ante sus ojos la sonrisa más bonita que había visto nunca.

_Hola_ se decidió a decir él.
_Hola Gael.
_¿Cómo estás? ¿Sigues enfadada conmigo?

Él le tocó con su mano el hombro derecho, y ella sintió un escalofrío. Observó sus largos dedos posados en su camiseta rosa. Su madre habría dicho que aquel muchacho tenía manos de pianista.

_No_susurró ella con voz temblorosa.
_Me alegra saber eso_sonrió_¿A dónde vas?
_He quedado con Mario.

Gael se arrepintió de haber hecho esa pregunta, pero intentó ocultar aquel sentimiento.

_Oh…Ya me ha dicho que entre vosotros ha habido más que palabras_ le guiñó un ojo, deseando por un instante que fuera Mario el que hubiera dicho eso refiriéndose a la noche en la que Carla y él habían estado juntos.
_Ya veo que os lo contáis todo…

Carla se sintió algo molesta, pero  no porque Mario lo hubiera contado, sino porque Gael lo sabía. Entonces recordó la noche en la que estuvo a punto de besarle. Se sonrojó.

_Bueno, me tengo que ir. Ya nos veremos, Gael.
_Sí_ se limitó a decir él, mientras su sonrisa desaparecía.

Cuando Carla llamó al timbre de la casa de Mario, se dio cuenta de que no había pensado en él ni una sola vez durante todo el trayecto. Sus pensamientos habían estado ocupados por aquel chico con manos de pianista y sonrisa encantadora. Era extraño que no hubiera dicho nada que la hubiera hecho rabiar, y lo más extraño fue que a ella le molestara que no la hubiera sacado de quicio. No entendía nada, y mientras intentaba solucionar aquella confusión mental, Mario abrió la puerta. La recibió con una sonrisa.

_Pasa. No hay nadie dentro.

Carla no se dio cuenta del significado de aquellas palabras hasta que la puerta se cerró.



jueves, 14 de junio de 2012

Capítulo siete.


Un niño de unos siete años, cubierto de pecas por todo el rostro, se aproximó al puesto de helados. Eran las diez de la mañana, y a esas horas apenas había cola.

_¡Hola! Dime, ¿Qué helado quieres?

La sonrisa de Gael era igual de encantadora tanto si iba dirigida a un niño como a alguna de sus conquistas. El niño observó todos los helados que estaban tras el mostrador. Estiró su labio inferior con el dedo índice mientras se decidía. Gael siempre era muy paciente con todo el mundo, y hasta en las situaciones de máxima tensión, conservaba su sonrisa. Siempre se había desenvuelto muy bien en aquellos trabajos que  exigían no perder los nervios y la paciencia.

_Quiero un cono grande de fresa…_ dijo el niño, que seguía observando los distintos sabores_. Bueno, no, casi mejor de fresa y nata.

Gael sonrió y llenó con una bola de fresa y otra de nata uno de los conos dobles. Le entregó el helado al niño, pero éste lo miró desconcertado.

_Perdona…Te había dicho un cono de fresa y nata, no un cono doble de fresa y nata, no quiero dos bolas.

Gael pensó en lo repelentes que se habían vuelto los críos con el paso de las generaciones. Él no recordaba haber sido así de pequeño; si le daban aquel helado se alegraría de tener dos bolas de sabores y no sólo una. Sin embargo, siguió sonriendo, y con toda la amabilidad del mundo le contestó.

_Es que no tengo un helado de nata y fresa. Si quieres los dos sabores, te tengo que poner uno doble. Si quieres uno con una sola bola, debes elegir uno de los dos sabores.

El niño le miró con desprecio, y después observó con desagrado el helado. Con toda naturalidad, giró su mano mientras sujetaba el cono, de tal forma que la fresa y la nata observaron las margaritas que habían aparecido al final del césped. Después, abrió la mano, y con un sonido débil y definido, las dos bolas de helado cayeron en el suelo de piedra. Gael no daba crédito a lo que estaba viendo. El niño le miró con una sonrisa de picardía, y sin pagar, se volvió a meter en el agua. “Al menos ahora, podría juntar las dos bolas y hacerse un helado de fresa y nata” pensó Gael. Cogió una de las servilletas grandes que guardaba en uno de los cajones de su puesto, y recogió las bolas de helado que habían ya perdido toda su forma redondeada, y después tiró la servilleta en una de las papeleras que se encontraban en las esquinas de la piscina. Observó al niño de las pecas hacer una ahogadilla a una niña con un gorro de baño rosa. ¿Acaso ahora los padres no educarían a sus hijos? Cuando volvió al puesto de helados, alguien le esperaba, pero por suerte, no se trataba de un niño de siete años. Era Mario. Su sonrisa era infinita. Gael se preguntó qué habría pasado para que su amigo apareciera en su trabajo con aquella cara de felicidad. Pronto, sus dudas fueron resueltas.

_Tío, tengo que contarte algo muy importante_ solo le faltó dar saltitos en el aire para demostrar su alegría.
_¿Te ha tocado la lotería? Si es eso, ¡sácame de aquí, por favor!_ dijo Gael, recordando el accidente con aquel diablo.
_No, es mejor que eso_ sus ojos brillaban de una manera especial. Gael los observaba al otro lado del mostrador, preguntándose si aquella luz en su mirada se debía  al sol o a lo que estaba a punto de contarle._ ¡Carla y yo nos hemos enrollado!

Gael no estaba preparado para escuchar aquello. No se lo esperaba. Reflexionó sobre lo que había oído, ¿seguro que lo había escuchado bien? Su sonrisa desapareció, y Mario no comprendía por qué su mejor amigo no le estaba abrazando, sintiendo la emoción que le había hecho despertarse cantando aquella mañana, e ir hasta allí sólo para que Gael se alegrara por él.

_¿Qué pasa tío? ¿No te hace ilusión o qué?_ Mario dejó de sonreír, y le miró confuso.
_Sí, claro_ Gael intentó aparentar normalidad_. Pero… ¿Cómo? ¿Cuándo?
_Anoche. En la cala.
_¿En la cala? Pero… espera… cuando dices que os enrollasteis… ¿te refieres a follar?

Mario se rió y tardó unos segundos en contestar. A Gael, aquellos segundos de incertidumbre le habían parecido siglos.

_No, pero bueno… nos faltó poco. No llevaba condones así que…

Gael  suspiró aliviado. No entendía por qué le afectaba tanto. Ya había aceptado que Mario debía ser el que lo intentara con Carla, pero lo que no se había imaginado es que ella no se hubiera negado. Mario volvió a la panadería unos minutos después. Últimamente, había faltado bastante al trabajo y su padre ya le había advertido que como siguiera así, tendría que buscarse otro empleo. Aquella mañana pasó muy lenta para Gael, y cuando otro niño con pecas le pidió un helado de chocolate y vainilla, no le sonrió.

A la misma hora, en otro lugar…

Carla sonreía echada en la cama. Observó el techo cubierto de madera, y le pareció más bonito que nunca. Apenas había dormido esa noche. Se había acostado a las tres de la mañana, después de que Mario le acompañara a casa, y se levantó a las ocho. Estaba demasiado emocionada como para dormir. Quería verle ya. Las tres horas que habían pasado juntos en la cala, habían sido las más apasionadas de toda su vida. Se había echado sobre la arena mojada, sintiendo la frescura del agua que llegaba a sus tobillos. Él, echado encima de ella, besándola como nunca nadie la había besado antes, mordiendo su  labio superior mientras su mano ascendía por debajo de la camiseta de ella, llegando a rozar su palma con sus pechos. Sin que ninguno  de los dos dijera nada, él intentó quitarle la camiseta y ella le ayudó a hacerlo incorporándose hacia arriba. La prenda de color crema cayó en la arena seca, a salvo del agua salada y de la pasión que se había desatado entre la pareja. Ella también se la quitó a él, y comenzó a lamer todo su pecho, deteniéndose en cada uno de sus pezones, que empezaban a ser saboreados por su lengua y mordidos por sus dientes. Él gimió de placer, y le desabotonó el botón de su short vaquero. Carla siempre había parado allí a todos los chicos, pero esa vez fue diferente, sintió ganas de más, sintió ganas de dejarse llevar y hacer todo lo que su cuerpo le dejara, ignorando los pensamientos que normalmente siempre la hacían parar; aquella noche esperó a que llegaran, pero sin embargo, no aparecieron. Él le quitó sus shorts y los lanzó aún más lejos que  a la camiseta color crema. Entre besos, mordiscos, y gemidos, se escapaban sonrisas, testigos del placer y la felicidad que ambos estaban sintiendo. Acarició sus piernas desnudas, deteniéndose en el borde de sus braguitas. Él la miró esperando una respuesta a una pregunta que no había formulado, y ella asintió con un gemido. Deslizó sus dedos por debajo de la seda, acariciando el comienzo de su vello púbico. Ella sonrió. La respiración de ambos se hizo cada vez más rápida mientras la masturbaba. Para Carla, aquello era completamente nuevo. Había descubierto un mundo nuevo que hasta entonces había estado prohibido. Había navegado por océanos revueltos, y le gustaba el movimiento de las olas. Había entrado en su propio jardín del Edén, y aunque aquella noche, no llegó a morder la manzana, supo que ya estaba preparada para ello.





miércoles, 13 de junio de 2012

Capítulo seis.


Katia cogió el móvil que se encontraba encima de su escritorio, se sentó en la cama, y comenzó a borrar sus mensajes. Desde el primero hasta el último. Aquellos mensajes de texto no eran de amor, ninguno terminaba con un “te quiero”, sólo contenían el dónde y el cuándo de sus siguientes encuentros. Katia sintió que se comportaba de una manera muy infantil, pero no le importó, necesitaba deshacerse de todos los recuerdos que tenía de él. Habían pasado dos días desde la última noche que le había visto, y aún escuchaba aquellas palabras que retumbaban en su cabeza una y otra vez: “No somos una pareja”, “Lo siento”. Katia comenzó a llorar, se echó en la cama y abrazó fuertemente a Bobi, el perrito que siempre la había acompañado en sus sueños desde que tenía seis años. Habían pasado cuatro años desde aquella primera noche que había estado con Gael. Aún podía recordar el olor a agua salada, el sabor a nuevo y los escalofríos que sintió por todo el cuerpo. Aquella noche se habían dado su primer beso y se habían acostado por primera vez; para ella era la primera de todas. Recordaba el aroma de Gael  que se perdía en la orilla del mar, mezclado con el sabor a sal y a arena mojada. Ella no le había dicho a él que nunca había llegado tan lejos con nadie, y él no se lo preguntó. No sabía si Gael se había dado cuenta, pero se entregó a él como nunca antes lo había hecho, sintiendo aquella mezcla de dolor y placer que se extendía por todo su cuerpo,  sintiendo la emoción que había llenado sus ojos de lágrimas, que había dibujado en sus labios una sonrisa, que la había hecho gemir, morder y alcanzar una felicidad que no conocía.

No muy lejos de allí…

Pensó en ir a verla, pero era demasiado tarde. No podía dejar de pensar en ella, ni siquiera sabía por qué. Normalmente, no se centraba en una sola mujer, y nunca tenía solamente a una persona en sus pensamientos, pero aquella noche todo era diferente. Sus  grandes ojos marrones; la sonrisa que a veces escondía; las ondas de su cabello castaño, que descendían por todo su rostro, por sus hombros desnudos, como los tenía aquella tarde en la playa. No la había visto desde la noche en la que la acompañó a casa, y no conocía el motivo, pero echaba de menos hacerla rabiar, ver la arruga que se formaba en su nariz cuando se enfadaba. ¿Por qué pensaba en aquello? A Mario le gustaba, y no la podía tocar. Tal vez por eso, lo deseara tanto. Como siempre le decía su madre, solo quieres las cosas cuando no las puedes tener. Sí, probablemente fuera eso, tal vez por eso se estaba comportando como un niño caprichoso que quería una piruleta que no le iban a comprar. Una piruleta de fresa, de esas que se tardan en acabar, y que cuando se acaban dejan un sabor dulce durante mucho tiempo. Sí, él quería su piruleta de fresa, ya no le interesaban otros sabores de piruletas. En ese momento pensó en Katia. No había hablado con ella desde aquella misma noche, y no lo pensaba hacer, al menos no pensaba hablar con ella sobre la relación que tenían, o más bien, sobre la que ya no tenían. Creía que era mejor así. Si ella quería más, no podía seguir acostándose con ella, era su amiga, y estaría mal.

A unos metros de ese mismo lugar…

_¿Carla?_preguntó Mario al otro lado de la línea.
_Sí_ contestó Carla, extrañada de que Mario la llamase a esas horas. Observó las agujas del despertador; eran las doce de la noche de un domingo.
_¿Te apetece dar una vuelta conmigo?_Mario había hecho esa misma pregunta  varias veces unos minutos antes de llamarla, pero su voz nunca había sonado tan ahogada como en aquel momento.
_¿Ahora?_Carla se sorprendió aún más.
_Sí.
_Pero… ¿Ha pasado algo? ¿Estás bien?
_Tranquila estoy bien_ sonrió, pero Carla no lo notó_. Sólo me apetecía dar una vuelta contigo.
_Bueno, está bien_ Carla no estaba muy convencida, pero pensó que a Mario sí le pasaba algo, algo que no le quería contar por teléfono.
_En diez minutos estoy en tu casa.

Mario colgó, sin esperar respuesta ni despedida. Carla estaba confusa, ¿a qué venía todo aquello?.  Posó el móvil en la mesita de noche, y se quitó el pijama que se había puesto diez minutos antes. Sacó del armario una camiseta de color crema y unos shorts, y se vistió. Después se puso las sandalias negras, y fue al baño, donde se miró en el espejo y se peinó el pelo. Sus padres estaban en el salón jugando a las cartas. Se sorprendieron al verla bajar por las escaleras; había dicho que se iba a dormir.

_Cariño, ¿no estabas en la cama? ¿Quieres jugar?_ preguntó  Amanda con una sonrisa, enseñándole la baraja de cartas, que aún no estaba repartida entre los dos jugadores.
_No…Es que me voy a dar una vuelta_ Carla se sonrojó sin saber por qué.
_¿Una vuelta? ¿A estas horas? ¿Con quién?_ preguntó Jaime frunciendo el ceño.
_Con Mario.

Y tras decir aquello, salió de casa. No le importaba que Mario aún no hubiera llegado o todo lo que su padre pensaba preguntarle en cuanto atravesara la pared que les separaba. No quería dar explicaciones, y aunque quisiera, no las sabía, así que no podía darlas. Se sentó en el bordillo de la acera de enfrente, al  lado izquierdo  de una de las ruedas traseras del Ford Focus. Mario no tardó en llegar. Apareció con una sonrisa, y sin saludar, le pidió que se levantara. Sugirió dar una vuelta a la orilla del mar, y Carla aceptó. La cala tan solo estaba a unos minutos de la casa, y aquella noche sólo se escuchaba el sonido del mar. Mario se descalzó , dejó sus playeros en una plataforma de piedra, donde finalizaban los escalones por los que se descendía para llegar a la cala, y comenzó a caminar por la arena seca. Carla hizo lo mismo. Ninguno de los dos dijo nada . Mario se aproximó más a la orilla y ella le siguió. Se sentaron en la arena en silencio, sin importarles que sus pantalones se mancharan de arena o se mojaran por el agua que se aproximaba a sus pies lentamente. Miraron el mar, y siguieron unos minutos callados. Ninguno de los dos se sintió incómodo con aquel silencio. Carla esperaba a que Mario dijera algo, pero le resultaba agradable estar con alguien por la noche en la cala escuchando sólo el sonido del mar que se acercaba y alejaba.

_Te preguntarás por qué te he llamado_ Mario giró la cabeza y la miró.
_Sí_ ella también lo miró.
_ Creo que ninguna persona en estos tiempos que corren quedaría con una chica para caminar a la orilla del mar, sólo para decirle por primera vez lo que quiero decirte a ti ahora.

Carla tragó saliva, y le siguió mirando, nerviosa, esperando por aquellas palabras que no llegaban.

_Me gustas mucho, Carla_ él estaba serio, y también un poco nervioso.
_¿Qué?_Carla se sorprendió y también se sonrojó. Volvió a observar el mar._ ¡Si me acabas de conocer!_lo miró con una sonrisa en los labios, debía tratarse de una broma.
_Lo sé, pero, ¿y qué? Eres guapa, simpática, agradable… ¿Por qué no me ibas a gustar?
_Si dices eso, es que no me conoces bien_ Carla se tocó los dedos de su pie derecho, que ya habían sido bañados por la mezcla de agua y arena.
_Bueno, estoy seguro de que si te conociera mejor, me gustarías más.

Mario apartó con su mano derecha los mechones que cubrían el rostro de ella. Ella le miró sin decir nada. Él movió sus piernas hasta que llegaron a rozar las de ella. Carla siguió sin moverse, mirándolo fijamente a los ojos, sin saber qué era lo que iba a pasar. Él aproximó sus labios al cuello de ella, después de que Mario retirara el cabello que lo cubría. El beso fue tierno y suave. Ella separó sus labios al sentir aquel placer, e inhaló la combinación de aquel momento con la brisa marina de la primera noche de julio. Los labios de él se movieron por todo su rostro, deteniéndose en la mejilla y en el lóbulo de la oreja, para saborearlos  más lentamente con  su lengua. Ella giró su cabeza, y sin pensar en lo que estaba a punto de hacer, rozó sus labios con los de él, convirtiendo un beso inocente en uno de los más apasionados que nunca antes había probado..





martes, 12 de junio de 2012

Capítulo cinco.


El pub ”Smile” era un bar muy grande. Tenía tres barras dispersadas por el local. Al fondo, al lado de los baños, se encontraban varios sofás blancos donde muchas parejas se besaban apasionadamente. Las canciones que se escuchaban eran conocidas por todos. Un grupo de cuatro jóvenes bailaban en una esquina del pub. Se les unió una joven morena con un vestido extremadamente escotado.

_Aquí las copas sólo cuestan dos euros_ dijo Inés, que llegaba con un vaso lleno de vodka rojo y limón. Sorbió por la pajita, y siguió hablando lo suficientemente algo para que sus amigos la escucharan._ Tenemos que aprovechar.

Gael volvió por tercera vez a la barra que tenían más cerca y pidió un ron con limón. Katia le siguió. Unos hombres de unos treinta años le gritaron algo, pero ella no lo escuchó, o no lo quiso escuchar. Se apoyó en la barra, al lado de Gael. Los dos observaban a los camareros moviéndose de un extremo a otro. Aunque sonara “I wanna go” de Britney Spears por todo el pub, ambos escuchaban el silencio que empezaba a formar un muro entre los dos, sin saber muy bien por qué. Katia decidió romperlo.

_¿Te apetece que salgamos un rato tú y yo?_ sugirió mientras observaba los tacones de sus zapatos.
_No creo que sea el mejor momento, estamos con todos.
_No entiendo por qué te molesta que nos vean ellos enrollándonos, ya saben que lo hacemos_ esta vez sí lo miró a los ojos, pero él no lo hizo.
_No me molesta, sólo creo que necesitamos intimidad para hacer ciertas cosas.
_Tal vez no deberíamos quedar sólo para follar.

Gael se giró con la mano izquierda apoyada en la barra, y la miró, primero serio, pero acabó sonriendo.

_¿Entonces para qué quieres que quedemos?
_No es eso_ susurró ella  sin responder a la pregunta que él le había hecho, y miró al suelo. Después levantó la cabeza, y con un tono de voz más alto siguió hablando_. Es sólo que no entiendo por qué no podemos simplemente besarnos cuando hay más personas.
_Porque no estamos juntos, Katia. No somos una pareja, sólo somos amigos que se acuestan.

Aquellas palabras dejaron a Katia fría. Nunca antes habían definido su relación, y Gael tampoco le había prometido nada, pero escucharlas fue tan duro como recibir un puñetazo en el pecho. Solo quedaban para acostarse, pero se gustaban. ¿Por qué no podían besarse en un sitio público? ¿Tan terrible era? Katia se apoyó en la barra, mientras intentaba ocultar las lágrimas que empezaban a resbalar por su piel. Gael se inclinó hacia ella y le tocó suavemente unos mechones de su cabello negro. Estaba serio. Ella le miró con los ojos húmedos, sin importarle ya que él se diera cuenta de que le había hecho daño. Él tocó con su mano la mejilla de Katia, y le dio un dulce beso en los labios. Probablemente, aquel  había sido el gesto más tierno que había tenido con ella.

_¿Es un beso de despedida?_ preguntó ella con la voz temblorosa. Tenía miedo de escuchar la respuesta.
_Lo siento.

Él no contestó a su pregunta, pero Katia había entendido aquellas dos palabras perfectamente. Nunca más iban a volver a besarse. Nunca más se iban a volver a acostar. No podría memorizar cada gesto ni el tacto de su piel mientras hacían el amor. No volvería a aspirar su olor tan cerca como lo hacía cuando estaba debajo de él, al mismo tiempo que probaba el sabor de su cuello. Nunca más iba a estar con Gael, ni siquiera como amigos que se acuestan.

Muy cerca de allí…

_¿Qué les pasa a Katia y Gael?_ le preguntó Carla a Inés.

Había observado los movimientos de ambos en la barra. Ella le había dicho algo a Gael, y después había empezado a llorar. Él la había besado en los labios. ¿Acaso estaban juntos? Pero si lo estaban, ¿por qué ella no se había enterado hasta aquel momento?.

_No lo sé_ respondió Inés con sinceridad, que también les estaba observando.
_¿Están juntos?_Carla sintió miedo al preguntarlo, pero no sabía muy bien por qué.
_Bueno, juntos no… Son más que amigos, dejémoslo así.

Aquello en el lenguaje de Carla y en todos los lenguajes significaba que se enrollaban de vez en cuando. Menudo golfo. Encima la había hecho llorar. ¿Qué habría pasado? Katia salió del bar secándose las lágrimas con la mano. Inés la siguió, quería saber qué había pasado, aunque se lo podía imaginar. Gael volvió de la barra con otra copa de ron con limón, y se unió a Mario y a Carla.

_¿Qué ha pasado, tío?_ le preguntó Mario al oído, que también se había dado cuenta de la situación.
_Lo que tenía que pasar tarde o temprano_ se limitó a contestar.

Ninguno de los tres dijo nada en un tiempo, ni siquiera bailaban. Esperaban que volvieran sus amigas, pero en el fondo todos sabían que aquello no iba a ocurrir.
La noche se hizo más corta de lo que habían pensado. A la una de la mañana ya caminaban de vuelta a casa. Era una noche bonita. El cielo estaba despejado y se podían observar las estrellas iluminadas por la luna en fase menguante. Carla se acordó de aquella canción de Mecano en la que se contaba la historia de una gitana que le había dado su hijo a la luna; al final decía que si el niño lloraba, la luna menguaría para hacerle una cuna. Carla no pudo evitar sonreir. Llegaron a casa de Mario y se despidieron de él. El resto del trayecto hasta llegar a la casa de Carla tendrían que hacerlo solos, y aún quedaba bastante. Genial.

_¿Todavía sigues enfadada conmigo?_ preguntó Gael después de unos minutos en silencio.
_Yo no estoy enfadada contigo_ Carla no sabía mentir, y él lo notó.
_¿Estás segura?
_Sí.
_Además de ser egocéntrica, eres una mentirosa.

Gael intentó parecer serio, pero se estaba divirtiendo mucho, le encantaba hacerla rabiar. Contó los segundos que tardaría Carla en insultarle. Uno, dos, tres…

_¿Pero de qué vas, chaval? Tú si que eres un mentiroso, te estás inventando toda mi vida, y no sabes nada de mí_ Carla dejó de caminar, y le miró a los ojos. Estaba muy enfadada.

_Vaya… La chica buena ha sacado su mal genio. Y eso que parecías una mosquita muerta_ se rió.

Carla gruñó, y caminó más rápido. No quería que Gael la siguiera acompañando hasta llegar a casa. Le daba igual estar sola de noche en un pueblo que aún no conocía bien, no podía ser peor que estar con ese idiota. Sintió unas pisadas detrás suya. Por lo visto, él no iba a dejarla tranquila.

_No te vayas. Podré no ser muchas cosas, pero sí que soy un caballero. Nunca dejaría a una dama sola en mitad de la noche.

Para Carla la caballerosidad era machismo disfrazado. Por ese motivo, Gael aún le cayó peor, aunque creía que ya había llegado al límite con él. Por lo general, no le solía caer mal la gente, y menos las personas que acababa de conocer, pero él había sido la excepción. Siguió caminando ignorando todo lo que él le decía.

_Me guardas rencor porque te ignoré en la piscina, ¿verdad?

Carla siguió caminando hacia delante sin decir nada. Gael la detuvo colocándose delante de ella, y sujetándole los hombros con las manos. Ella intento liberarse de ellas, pero Gael era demasiado fuerte. Él la miró a los ojos y ella también lo hizo. Nunca antes habían estado tan cerca, la camiseta roja de él rozaba la chaqueta vaquera de ella, y algunos mechones de cabello de Carla descendían por los brazos de Gael. Carla se estremeció. Gael le tocó la mejilla con su mano izquierda, mientras la otra seguía sujetando el hombro de Carla, aunque ella ya no intentaba seguir caminando. Su mano palpó su piel suave, sintiendo el calor que empezaba a generar su rostro. Estar tan cerca de Gael, y que él la estuviera tocando con aquella delicadeza, provocaron que le entraran ganas de besarle, pero no lo hizo. Él rozó sus labios suavemente contra su mejilla, y después los abrió lentamente, mientras su respiración hacía contacto con la mejilla caliente de ella. Las piernas de Carla temblaron. Se preguntó si el sentiría ganas de besarla, y si ella le dejaría hacerlo. Sí, ella le iba a dejar hacerlo. Pero los labios de él se apartaron de su piel y sus rostros volvieron a encontrarse uno enfrente del otro. Sus respiraciones completaban aquellos pequeños centímetros que separaban sus labios.

_Era un beso para hacer las paces. ¿Quieres volver a ser mi amiga? Anda, dime que sí.

Gael ladeó la cabeza mientras sus ojos empezaban a parecerse a los del gato con botas de la película de Shrek. A Carla le hizo gracia, pero se mantuvo seria, y siguió caminando sin decir nada. Pronto llegaron a su casa, y se despidieron con un “Ya nos veremos” de él y con el silencio de ella. No fue hasta después de ponerse el pijama y meterse la cama, cuando Carla recordó que había estado a punto de besar al idiota que tanto la había sacado de quicio, y sin ni siquiera darse cuenta, sonrió.




Capítulo cuatro.


La habitación de Katia no se había cambiado desde que ella tenía diez años. Seguía con sus paredes pintadas de rosa pálido, con el tocador con el que de pequeña jugaba a las peluqueras,  con los muebles blancos que ya estaban algo deteriorados debido al paso del tiempo, y con su pequeña cama cubierta de peluches. Había crecido, había madurado, pero no quería cambiar todo aquello. Le gustaba, y le traía bonitos recuerdos. Gael siempre se reía de todos los peluches que tenía cuando entraba sigilosamente en su habitación por la ventana. Pero eso era al principio de sus…encuentros. Hacía mucho tiempo que no se pasaba por allí.
Inés se miraba en el espejo del tocador mientras se pintaba la raya del ojo con un lápiz negro. Katia sacaba del armario distintas faldas para que su amiga le ayudase a decidirse por una.

_Lo que no entiendo es por qué le has dicho a la mocosa esa que viniera con nosotros a la piscina_ dijo Katia molesta mientras le enseñaba la falda roja de volantes_. ¿Esta?
_No queda del todo bien con la camiseta_ respondió Inés observando la camiseta de tirantes azul celeste que Katia había colocado antes encima de la cama, al lado de Gruñón y de Bobi. Siguió mirándose en el espejo y comenzó a maquillarse el ojo derecho_ ¿Por qué te molesta? Acaba de llegar al pueblo, y no conoce a nadie. Imagínate lo que debe ser estar sola aquí un mes.

Katia gruñó, y le enseñó una falda vaquera.

_Demasiado simple. No me has contestado. ¿Por qué te molesta? Estás celosa, ¿verdad?
_Tú lo has dicho, puede llegar una loba y quitármelo.
_Pero Carla no es ninguna loba. Ya has visto hoy, se ha ido y ha dejado a Gael solo. Si quisiera algo con él, habría aprovechado ese tiempo a solas.

Katia recordó aquel momento. Cuando habían llegado de comprar, Gael estaba tumbado en la toalla, sonriente como siempre, y cuando le preguntaron por Carla, simplemente dijo que se había ido ya. Tal vez Inés tuviera razón, y ninguno de los dos mostrara interés por el otro. También, recordó la insistencia de Inés por ir a comprar aquellos donuts, y la negativa de Gael a la propuesta.

_No entiendo por qué te empeñaste en ir a comprar. ¿Querías dejarlos a solas?_ dijo buscando más faldas en su armario.
_Vamos, tía. No seas tan desconfiada. Sólo tenía hambre. No tengo la culpa de que Gael se hubiera querido quedar allí_ Inés guardó el maquillaje de Katia en el estuche y se sentó en la silla del tocador_. Además, no le des más vueltas, Mario está loco por ella, y Gael nunca tocaría a la chica de su amigo.

A Katia le tranquilizó aquello. Inés tenía razón, Gael nunca tendría nada con Carla, al menos por respeto a Mario. Sujetó con la mano derecha una falda blanca de tablas y se la enseñó a Inés.

_Joder, tía. Tú no tienes gusto.
_Bueno, búscame tú algo, ya que vas tanto a la moda_ dijo Katia algo molesta.

Inés resopló y sacó un vestido rojo muy corto del armario. A Inés le encantaba la ropa que llamaba la atención. Katia era mucho más reservada; sacudió la cabeza, y buscó algo más apropiado. Finalmente, se decidió por un vestido de flores que sólo se había puesto una noche.


A la misma hora, en otro lugar…

Jaime abrió la puerta de la casa ante la insistencia del timbre. Delante de él, estaba un joven de unos veinte años de cabellos castaños. Llevaba un polo azul marino de manga corta y unos vaqueros. Jaime se sorprendió al encontrarse con aquel desconocido en la puerta de su casa.

_Buenas noches, señor. Aquí vive Carla, ¿verdad?
_Sí…_ dijo con desconfianza._ ¿Quién eres?
_Soy Mario. Un…bueno, un amigo.

Jaime no dijo nada más, y llamó a su hija gritando, mientras seguía observando de arriba abajo a aquel joven que preguntaba por su hija. Sólo llevaban allí dos días, demasiado pronto para tener amigos. Jaime sacudió la cabeza y volvió a entrar en el salón en cuanto su hija llegó a la puerta.

_¡Mario!_ Carla se sorprendió al verle._ ¿Cómo sabes dónde vivo?
_Bueno, ayer dijiste que vivías en una casa verde y que tenías un Ford Focus, así que…

Carla observó el Ford Focus aparcado delante de la casa, y recordó la conversación del día anterior. Mario tenía razón, sí lo había contado.

_¡Vaya! Eres muy observador.
_Bueno…_Mario se sonrojó._ Hoy vamos a salir de noche, y me preguntaba si querrías venir.
_Oh, sí, me lo ha dicho Inés esta mañana, pero no creo…

Carla sabía a quién se iba a encontrar si salía aquella noche. Su mal humor se había desvanecido en las últimas horas, y no quería que aumentara otra vez. No quería volver a ver a aquel idiota que le sacaba de quicio.

_¡Vamos! Nos lo pasaremos muy bien.
_No, de verdad que no…
_¿Tienes algo mejor que hacer hoy?

La verdad es que no tenía nada mejor que hacer. Un libro  que aún no había empezado le esperaba en la mesita de noche, pero podía leerlo otro día.

_ Te paso a buscar a las diez_ el  tono de Mario dejaba claro que no iba a aceptar un “No” por respuesta
_Pero Mario, yo no…
_No quiero insistir más. ¡Nos vemos a las 10!

Sonrió y se alejó de la puerta sin decir nada más. Carla suspiró y entró en casa. Su padre la miraba con alguna duda que necesitaba ser resuelta.

_¿Quién es ese chico, Carla?
_Sólo es una amigo, papá.

Jaime resopló y se sentó en el sofá,. Volvió a encender el televisor para ver la película que había captado toda su atención antes de que el “amigo” de su hija llamara a la puerta.

lunes, 11 de junio de 2012

Capítulo tres.


Eran las cuatro menos cuarto. Carla decidió salir con tiempo de casa porque aunque Inés le había dado una serie de indicaciones para llegar a la piscina, dada su escasa orientación espacial, era probable que se perdiera. Le había dicho que cuando llegara a una plaza con una fuente, tenía que girar a la derecha, después a la izquierda, y después otra vez a la derecha. ¿O lo había entendido mal? Se dispuso a seguir las indicaciones que creyó haber escuchado, y cuando llegó a la plaza, se desvió a la derecha. Hacía mucho calor, el termómetro que tenían en casa marcaba 35 grados, pero Carla lo soportaba muy bien, siempre había preferido el calor al frío.  Subió una cuesta empinada en la que muchos niños jugaban con un balón, y otros más mayores se sentaban en la acera y tecleaban algo en sus móviles. Allí, la mayoría de las calles eran peatonales, y eso proporcionaba una gran tranquilidad al pueblo; nunca se oían las bocinas de los coches ni a alguna moto correr más de lo debido. A Carla le encantaba aquello, estaba acostumbrada a vivir con ruidos incesantes que le desconcentraban cada vez que tenía que estudiar, o que le impedían hablar en un tono de voz normal con otras personas.
Alguien silbó varias veces, y Carla miró hacia hacia atrás. Era Gael, el cual se aproximó hacia ella con una encantadora sonrisa. Ella se sorprendió al verle, y después también sonrió. No podía negar que le gustaba volver a ver a aquel chico tan guapo.

_Hola. ¿A dónde vas? _preguntó Gael, que seguía sonriendo.
_A la piscina. Me dijo Inés si quería ir y…_Carla se avergonzó al comprobar que el chico no sabía que ella también iba a pasar la tarde con él.
_Oh, me parece bien.

Siguieron caminando en silencio, y pronto llegaron a la piscina. La protegía una valla de madera, se oían a niños gritar y el sonido del agua agitada por alguien que se acababa de tirar. Carla se puso de puntillas y observó un recinto cubierto de césped y en el centro, una piscina rectangular, no demasiado grande, pero suficiente. Casi todos los que estaban en el agua eran niños, que demostraban saber hacer multitud de piruetas ante los ojos de sus amigos, y de sus padres.

_¿Te gusta?_preguntó Gael.
_Sí. ¿Venis mucho por aquí?
_A veces, es gratis y eso está bien, pero la cala también tiene su encanto.

Carla asintió. Aquella cala era uno de los sitios más bonitos y tranquilos que había visto nunca. Desprendía magia y serenidad, cualidades que no tienen todos los lugares.

_Es temprano, y éstos no suelen ser puntuales, así que aún tenemos que esperar un poco.
_Vale.
_Y dime…¿Cómo te ha dado por querer estudiar Medicina? Debes de sacar muy buenas notas para poder matricularte allí.

Prácticamente le acababa de conocer y le había hecho una de las preguntas más difíciles. ¿Por qué quería estudiar aquella carrera? Nunca se lo había planteado, cuando era pequeña su padre le insistía en que jugara a médicos con él, cuando le preguntaban qué quería ser de mayor ella no sabía qué contestar, pero enseguida alguien daba la respuesta que deseaban escuchar. Todavía no se había abierto el plazo para preinscribirse en la carrera, tal vez ni siquiera la aceptaran, pero era poco probable porque su expediente era brillante. Aún así, toda su familia y sus amigos esperaban que estudiara Medicina, y ella ni siquiera se había planteado hacer otra cosa, o tal vez sí, pero nunca lo había comentarlo con nadie.

_Bueno, hago lo que puedo_ se limitó a contestar.
_No me has respondido_ sonrió Gael.
_¿A qué?
_¿Por qué quieres hacerla? ¿Vocación o sacas tan buenas notas que necesitas demostrarlo?

Carla se sintió muy ofendida con aquel comentario. ¿Quién era él para decirle eso? Ni siquiera la conocía, y tampoco conocía lo que estaba detrás de aquella decisión que aún no estaba del todo tomada. Iba a callarse y no responder, pero su voz habló antes de que su cabeza hubiera decidido no contestar.

_No sé por qué dices eso. Ni siquiera me conoces.
_¿Ya estás  picada? Como sois las mujeres, os molesta todo.

Un tópico. Muy bien, este chico empezaba a llevarse todas las papeletas para empezar a caerle mal a Carla. Podía tener aquellos ojos verdes que enamoraran a cualquiera, o ese cabello negro que parecía tan suave, o el cuerpo perfecto, pero no conseguiría a ninguna chica con aquellos comentarios.

_Vaya…Te has quedado callada. ¿No dices nada?
_No_ respondió Carla mirando hacia el lado contrario.
_Anda, no seas tonta, y mírame a la cara.

Gael tocó la barbilla de Carla y dirigió su rostro hacia el suyo. Sus ojos se miraron; los verdes de él y los marrones de ella. Carla se estremeció, y dio un paso hacia atrás.
A lo lejos vieron a Inés, a Katia y a Mario llegar juntos. Carla y Gael no volvieron a dirigirse la palabra hasta que el grupo no se completó. Después de varios saludos, entraron en el recinto. Colocaron sus toallas y sus mochilas en el sitio más cercano a la puerta. Gael fue el primero en aposentarse y Carla esperó que lo hiciera para colocar su toalla lejos de él, no quería mantener  otra conversación con ese idiota. Las chicas se aplicaron crema solar, y los chicos se zambulleron nada más llegar en la piscina. Inés y Katia fueron más tarde, después de insistirle a Carla varias veces en que también se fuera a bañar. Ella decidió quedarse escuchando la música de su Ipod. No se quería imaginar cómo sería aquel chico en el agua. Seguro que le haría una ahogadilla, y ella no era una nadadora precisamente buena; después el diría que era una broma, ella se enfadaría, y la tarde de sol se convertiría en una tarde asquerosa con un idiota. Sí, con un idiota, con un idiota asquerosamente guapo. Cerró los ojos mientras sonaba “With or without you” de U2. La siguiente canción no la escuchó.

Sintió  un cosquilleo en la mano derecha. Sonrió y abrió los ojos. Gael estaba  a su lado tocando su mano con el dedo meñique. ¡Se había dormido!

_Buenas tardes, dormilona_sonrió él.
_¿Qué haces? ¿Y los demás?_ preguntó ella incorporándose en la toalla.
_Se han ido a comprar algo para comer. Sólo estamos tú y yo.

Carla se puso nerviosa, y Gael lo notó, pero aquello le gustaba. Así era como siempre conseguía camelarse a las chicas que eran un poco tímidas. Aunque no podía hacer nada con ella, le gustaba a Mario. Pero entonces, ¿qué estaba intentando hacer? Se dio cuenta de su error y se echó en la toalla cerrando los ojos, intentando ignorar que Carla estaba a su lado. Ella seguía nerviosa, pero sentía la necesidad de hablar con él, más bien de discutir con él. ¿De qué iba? La despertaba, y después la ignoraba.

_¿Qué pasa? ¿No me vas a hablar?

Gael abrió el ojo izquierdo y sonrió. Después lo volvió a cerrar, y le respondió.

_¿Qué quieres que te diga?
_No sé, primero me despiertas, y ahora me ignoras.
_¿Qué pasa? ¿Necesitas que todo el mundo esté pendiente de ti?

Carla gruñó, y enfadada se levantó y empezó a recoger sus cosas. Gael la miraba divertido. Sabía que eso la molestaría aun más. Era una chica muy previsible, y eso le encantaba. Cuando terminó de recoger todo, se colgó su mochila violeta en los hombros, y se quedó parada delante de la toalla de Inés, en la que estaba echado Gael.

_Me voy.
_Vale_dijo él aparentando indiferencia.
_Pues muy bien.

Carla salió del recinto llena de ira e insultando a Gael en voz baja. Nunca nadie la había hecho enfadar tanto desde hacía mucho tiempo. ¿Pero qué se había creído aquel tío? Con lo simpático que le había parecido la tarde anterior…Incluso había pensado que le podría llegar a gustar, pero en ese momento se olvidó de todo aquello. Nunca más volvería a verle ni a hablar con él, pero no sabía lo equivocada que estaba.