Aquella tarde apenas había gente en la cala. Una pareja se
bañaba en el mar, disfrutando del calor y del sentimiento de pasión que
empezaba a desatarse entre ellos. Un joven los miraba con desprecio desde la
arena. Una pareja feliz. Lo que daría él por estar con alguien así, sin amigos
traidores de por medio. Resopló al
pensar en Gael. No entendía por qué se había comportado así. Le gustaba Carla,
vale, pero eso no justificaba que le mintiera ni que se hubiera comportado de esa
manera tan egoísta. Nunca había sido así. Hundió los dedos de su pie derecho en
la arena dorada, mientras pensaba qué iba a hacer con todo aquello. No había
hablado con Carla desde el día que se enteró de que su amigo le había fallado,
y aunque tuviera muchísimas ganas de estar con ella, tenía que pensar a solas.
Pensar en si iba a perdonar a Gael, en lo que sentía por Carla, y en si iba a
volver a verla. ¿Qué sentía por ella? Se lo pasaba muy bien, y estaba felíz
cuando estaban juntos, pero no era amor. No era ese amor que sintió una única
vez. Aquel amor que le había destrozado, que le había hecho sentirse tan pequeñito, clavándose las espinas de aquella rosa que nunca había llegado a palpar ni a sentir su aroma. Amó por
primera y única vez a alguien con tan sólo dieciséis años, y fue una
experiencia tan amarga y dolorosa que la recordó toda la vida. Ella nunca descubrió
aquel secreto. Se lo iba a confesar en una noche de verano de hacía ya cinco
años, pero algo se lo impidió. La peor imagen que podía haber imaginado. Su
cabello castaño oscuro se extendía sobre la misma arena que había pisado con
ella todas las tardes de aquel verano. Su cuerpo desnudo, recibiendo el calor
de aquella noche, y el del cuerpo que estaba sobre ella. Él, escondido tras una roca
escuchando los gemidos y los sonios de placer que se escuchaban en la orilla
del mar. Sus ojos humedecidos, llenos de dolor. Pero el sufrimiento fue mayor cuando descubrió el rostro del hombre
que estaba sobre ella. Era su mejor amigo.
Sí, Katia había sido su primer y único amor, y el recuerdo
de aquella noche estrellada fue imposible de olvidar. Nunca se lo había contado
a nadie. Y con el tiempo, no supo cómo, pero lo superó, logrando sentir por
Katia únicamente amistad.
Él mejor que nadie sabía lo que era estar enamorado de la
mujer que está con su mejor amigo. Pero Gael no estaba enamorado, ¿no?
Una sombra en la arena interrumpió sus pensamientos. Se dio
la vuelta y observó a una chica de tez blanca y cabello rubio. Era Ana.
Rápidamente, se levantó de la toalla y le dio un fuerte abrazo. Hacía mucho
tiempo que no se veían. Ella le dio un beso en la frente y sonrió. Mario la
invitó a que se sentase con él en la toalla, y ella aceptó encantada.
_¿Qué tal con tus tíos?
_Muy bien_ contestó ella con una sonrisa_. Me lo he pasado genial,
pero tenía ganas de volver a veros.
_Yo también tenía ganas de verte.
Ambos dejaron ver una sonrisa limpia y sincera.
_¿Y qué tal estos días?_ preguntó Ana mientras se apretaba
más los cordones de la parte de arriba de su biquini negro.
_Bueno…Podían haber estado mejor…_ respondió Mario mientras
hacía círculos en la arena con el dedo índice.
_Ya…Gael, ¿no?
_¿Te lo ha contado?_ él la miró serio.
_Sí, me lo ha contado. Y no podéis seguir así. Él se pasó,
mucho. No debió haberte mentido, ni haberte traicionado de esa manera. Pero se
siente muy mal.
_Yo también me sentí muy mal cuando me enteré.
_Lo sé_ le cogió la mano que estaba apoyada en la toalla_Y
lo siento mucho, pero bastante castigo tiene ya con ese cargo en la conciencia.
Todo el mundo comete errores, Mario. Podía haberte pasado a ti.
A Mario le ofendieron mucho aquellas últimas palabras. Sobre
todo, después de recordar lo que había sucedido hacía tantos años. Lo pasó muy
mal, seguramente mucho peor que Gael, y aún así nunca perjudicó a un amigo
solamente para que se satisficieran sus deseos. Él amaba a Katia en silencio y nunca
se quiso interponer entre ellos dos, aún sabiendo que él no sentía nada por
ella. Retiró su mano de la de Ana, y empezó a tocarse los dedos de su pie
derecho.
_Creo que a mí no me hubiera pasado. Pero sí, supongo que
todo el mundo puede cometer un error.
_Eres muy comprensivo, Mario. Me imagino lo que debe de
doler…pero yo creo que deberías perdonarle.
_Ya…Claro, ¿qué me vas a decir tú?_ dijo con una sonrisa a
medias.
_Ya._ sonrió._Pero de verdad, Mario, él te quiere muchísimo,
y haría lo que fuera por volver atrás en el tiempo, pero…no se puede.
_Lo sé_ reflexionó unos instantes sobre la pregunta que
quería hacer a continuación, y finalmente la hizo._ Dime una cosa, ¿él está enamorado de
Carla?
_Sí. Pero todavía no lo sabe.
A la misma hora, muy
cerca de allí…
Carla se sentó en la cama y encendió su portátil. Unos
segundos después de que se iniciase Windows, entró en la página de la
Universidad de Oviedo. Menos mal que tenía wifi en la casa. Si no, tendría que
haber ido a alguna cafetería para preinscribirse en una carrera que ni siquiera
había decidido. Sí, ya estaba publicado en la página que el plazo para la
preinscripción ya estaba abierto. Se quedó observándolo durante unos segundos,
y después cerró la página y entró en tuenti. No tenía nada nuevo. Buscó en la lista de conectados al chat a la persona con la que
quería hablar. Sí, estaba conectada. Raquel era una de sus amigas del
instituto, y aunque no fuese su amiga íntima, era la más empática.
Yo: ¡Hola!
Raquel Fernández: ¡Carla! ¿Cómo estás? ¿Qué tal por
Alicante?
Yo: Pues bien, ¿vosotras qué tal por ahí?
Raquel Fernández: ¡Muy bien! Aunque el tiempo es asqueroso,
nada de sol.
Yo: Ya…Asturias y su tiempo.
Raquel Fernández: Sí… ;) Oye, ¿hiciste ya la preinscripción?
Yo: No… De eso quería hablar contigo. ¿Tú la hiciste ya?
Raquel Fernández: Sí, ¡al final me he decidido por psicología!
Me imagino que me cogerán…
A Carla se le iluminaron los ojos al ver el nombre de esa
carrera. Por lo visto, no era ella la única a la que le atraía el estudio de la conducta humana. Cuando se había marchado de Oviedo, Raquel quería hacer
enfermería, por eso se sorprendió al ver aquello.
Yo: ¡Vaya! ¿Y eso? ¿No querías hacer enfermería?
Raquel Fernández: Sí… pero no creo que valga para eso. Pensé
que me gustaba sólo porque me gusta la biología, pero…¡yo no puedo ver la
sangre! ¿cómo voy a poder poner una inyección?
Yo: Jajaja, sí, eso es verdad. Yo no sé qué hacer Raquel…
Raquel Fernández: ¿Cómo que no? Entras de sobra en medicina,
tú no te preocupes.
Yo: El problema es que no sé si quiero hacer Medicina.
A Carla le costó mucho escribir esa frase. Era la primera
vez que decía lo que sentía de verdad, lo que quería hacer con su vida. Raquel
tardó unos minutos en contestar.
Raquel Ferández: ¡¡¡¡¡¡¡¿quééééééééééééééé?!!!!!!! ¡Pero si
siempre has dicho que querías hacerla! Desde pequeñita…
Yo: Lo sé…pero no es lo que quiero. El único que quiere que
la haga es mi padre.
Raquel Fernández: Vaya… No lo sabía L Entonces… ¿qué quieres hacer?
Yo: La verdad es que estaba pensando en lo mismo que tú…
Psicología o Trabajo Social.
Raquel Ferández: ¿En serio? ¡Podríamos ir juntas a clase!
Yo: Sí…puede ser. El caso es que no sé qué poner en la
preinscripción.
Raquel Ferández: Carla, la que va a estudiar eres tú, la que vas a trabajar de ello, eres tú. Por lo tanto, la que tiene que decidir
eres tú.
Carla se alegró al ver lo que su amiga le decía. Tenía toda
la razón. Eso era lo mismo que ella pensaba pero que no se atrevía decir. Todos
sus pensamientos traducidos en aquellas palabras, que habían rebotado en su
cabeza, y la habían hecho despertar en aquellos poco segundos, y darse cuenta de que
eso era realmente lo que tenía que hacer.
Le dio las gracias por aquel consejo y se despidió de ella.
Después volvió a entrar en la página de la universidad de Oviedo e hizo la preinscripción.
La primera opción la ocupaba Psicología, la segunda Trabajo Social, y la
tercera…No,no había tercera. Había dejado el resto de opciones en blanco. Por una vez en su
vida, estaba realmente segura de lo que quería hacer y de lo que no quería
hacer.