Sólo quedaba media hora para que Katia saliera de trabajar.
Una joven entró en el comercio y Katia la atendió con una sonrisa. Observó el
mal aspecto de su cabello; tener el pelo negro y teñirse de rubio platino
estaba claro que no era una buena idea. Katia enseguida la miró a los ojos. Esa
era una de las reglas de cómo atender a los clientes, se la habían enseñado en
el curso de formación que le habían exigido para trabajar en la tienda.
_Buenas tardes. ¿Qué desea?
_Bueno… la verdad es que sólo quería mirar.
_Muy bien. Si tiene alguna duda, no dude en hablar conmigo.
Katia siguió
manteniendo su sonrisa falsa. La mujer con dos colores de cabello también
sonrió. “Sólo quiero mirar…” Cuántas veces lo había dicho ella en otras
tiendas, y sin embargo, no le había empezado a molestar esa frase hasta que la
repetían el noventa por ciento de las personas que entraban en Sugar.
Comenzó a doblar las camisetas de mujer que estaban
desorganizadas en los estantes. Una voz conocida interrumpió su trabajo.
_Katia.
Era Mario.
_¡Mario! ¿Qué haces tú aquí? Nunca vienes a verme…_ Katia se
sorprendió por aquel gesto de su amigo.
_Bueno, la verdad es que quería hablar contigo.
_Vaya…¿ Ha pasado algo grave?_ Katia siempre se ponía en lo
peor.
_No, no._ la tranquilizó con una sonrisa._ No es nada malo.
¿Tienes algo de tiempo ahora?
_Bueno, si no te importa que mientras hablemos siga doblando
camisetas…
_No, no me importa.
_Bueno, pues dime_ dijo ella mirándole a los ojos.
_He estado con Gael.
Katia bajó la mirada y comenzó a doblar una camiseta de
tirantes roja.
_Ah.
_Y hemos hablado de ti. _ añadió él.
Mario esperó que Katia dijera algo, pero aquello no ocurrió,
así que continuó hablando.
_Bueno, en realidad yo no debería estar aquí. Me ha dicho
que no te dijera nada, pero sé lo que sientes.
_¿Y qué siento?_ preguntó ella seria, volviendo a fijar la
mirada en sus ojos marrones.
_Pues sientes que darías cualquier cosa por estar con él. Tú
le quieres_ él también la miró.
Katia se sonrojó, y sin saber qué decir, volvió a estirar la
camiseta que ya había doblado.
_Eh, Katia. No pasa nada, mírame_ el tocó la mejilla de
ella, y Katia volvió a mirarle.
_Puede que tengas razón, pero, ¿acaso importa? Él nunca
querrá conmigo lo mismo que yo quiero con él.
_Eso no está claro.
A Katia le brillaron los ojos de esperanza. Si Mario le
había dicho eso era porque sabía algo. Su amigo no era de los que metían
cizaña.
_¿A qué te refieres?_ intentó mostrar indiferencia, pero sus ojos y sonrisa la delataron.
_Está hecho polvo. Ayer me llamó porque necesitaba hablar
del tema. Se arrepiente de haberse portado así contigo, Katia. Echa de menos
que os veáis, que os acostéis… Y no me dijo que quisiera más de lo que hubo
entre vosotros, pero te voy a decir una cosa, si Gael se pone triste por una
chica, es que ella le gusta mucho. De verdad, nunca le había visto así.
Katia volvió a estirar la camiseta que había doblado por
segunda vez, y corrió a los brazos de su amigo. Fue un abrazo amistoso y
sincero, de los que se dan por alegría y no como forma de consolación.
_Ay, Mario. ¡Muchas gracias por decírmelo! No me quiero
hacer demasiadas ilusiones, pero esto es la mejor noticia que me han dado en
los últimos días_ dijo emocionada una vez finalizado el abrazo.
_Bueno, lo que te voy a pedir por favor, es que no le digas
nada a Gael de que te lo he dicho. No quiero que piense que le he fallado. Tú
habla con él, vuélvele a proponer que os sigáis viendo, él no te va a decir que
no.
_No te preocupes Mario, no diré nada, pero lo que no
entiendo es porque no me lo dice él, no es tímido precisamente.
_No, no lo es, pero…está acojonado Katia. Es la primera vez
que siente esto.
Katia sonrió aún más al escuchar aquello, y esa mañana ni siquiera le importó que la chica del pelo a dos colores no hubiera comprado nada. Estaba
feliz.
A la misma hora, en
otro lugar…
La familia Díaz comía en el comedor. Ese mediodía había
macarrones con tomate. Carla pinchaba los macarrones con el tenedor y los
llevaba a la boca con una sonrisa, sin escuchar la conversación que estaban
teniendo sus padres, abstraída de todo aquello que no estuviera en sus
pensamientos, de todo aquello que no fuera Mario. Recordaba la tarde anterior
en su casa, todo lo que había llegado a hacer, lo que nunca se había imaginado
que podría llegar a hacer. Con Mario todo era fácil, diferente. Mantenían una
atracción irrefrenable, y una complicidad que nunca había experimentado. Todo
era nuevo, pero por primera vez en su vida, la novedad le gustaba. Le gustaba
el sexo, o el comienzo de éste, y aunque sus pensamientos a veces discutían
entre sí sobre qué estaba bien y qué estaba mal, lo a gusto que se sentía
cuando estaba con Mario, hacía que mereciesen la pena todas las batallas que tenía en su
cabeza. Aquella tarde había estado a punto de… Si no hubiera sonado el móvil…
Gael, ¿por qué siempre tenía que aparecer por algún sitio? Ese chico estaba
empeñado en fastidiarla. Pero en el fondo, le gustaba que lo hiciera, aunque no
sabía por qué.
_Carla, aún no nos has dicho qué hiciste con aquel chico
hasta las tres de la mañana_ dijo su padre con el ceño fruncido, recordando la noche del domingo en la que Mario había ido a buscar a Carla a casa.
_Ya te lo dije papá, vimos a unos amigos, y nos quedamos con
ellos.
_Ya_ contestó él sin creerse una palabra, pero enseguida
recordó otro tema más importante_ Acuérdate de que el plazo para la prescripción
empieza el viernes.
_Sí, papá. Pero aún es martes.
_Bueno, para que no se te olvida. No querrás quedarte sin
plaza en medicina, ¿no?
Carla no contestó y siguió comiendo los últimos macarrones.
Medicina, medicina, medicina. Estaba harta de escuchar aquella palabra. No
tenía claro qué iba a hacer con su futuro académico y profesional, y su padre
no se lo estaba poniendo nada fácil. El plazo de preinscripción duraba cuatro
días, así que tenía una semana para decidirse. Una semana para decidir qué quería hacer con su vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario