miércoles, 20 de junio de 2012

Capítulo trece.


Gael llevaba unos días sintiéndose muy mal por todo el asunto de Mario y Carla. Le consolaba que aquella mañana Ana regresara al pueblo, aunque por poco tiempo, pues después se marcharía a estudiar inglés a Inglaterra durante un mes. Un mes solo. Completamente solo, pues Mario no parecía querer perdonarle y no tenía a nadie más. Estaban Inés y Katia, pero no era lo mismo. No tenía con ellas la misma confianza que con los otros dos. Además, de Katia tampoco sabía nada desde la tarde en la que se marchó de su casa.
Cuando llegaron las 14:30 horas, cerró el puesto de helados y fue directo a la casa de Ana. Tenía muchas ganas de verla y de hablar con ella. Su amiga vivía enfrente de la cala, muy cerca de la casa de Carla. Cuando llegó a la casa verde, sintió un escalofrío por todo el cuerpo. Tal vez ella saliese en ese momento por casualidad. Pero no fue así. Gael pensó que era lo mejor, tal y como estaban las cosas, se tenía que olvidar de Carla. En pocos minutos, llegó a la casa de Ana. Era una de las más grandes del pueblo. Llamó al telefonillo, y desde dentro le abrieron la verja blanca. Aquel jardín siempre le había gustado. Tenía un camino de piedra que llegaba hasta la puerta, rodeado de rosales blancos y rojos. Ana abrió la puerta antes de que Gael tocara el timbre, y se lanzó a sus brazos. Le besó por toda la cara, y él sonreía y se dejaba besar. Nunca había sido tan cariñoso como su amiga. Ana le volvió a abrazar, aunque esa vez el abrazo fue más largo e intenso. Ella ya estaba al corriente de lo que había pasado esos días, y lo sentía mucho por Gael y por Mario. Siempre habían sido muy buenos amigos, pero confiaba en que todo se arreglara. Dijo un “pasa” con una sonrisa de oreja a oreja, y él la hizo caso. Una mujer de cuarenta años con el pelo rizado le esperaba junto a la puerta de la cocina. Era Teresa, la madre de Ana.

_¡Gael! ¡Cuánto tiempo sin verte!

Le abrazó y le dio dos besos. Él hizo lo mismo.

_Lo sé. ¿Cómo está?
_Muy bien chico, ¿y tú? ¡Cada día estás más guapo!
_Gracias_ dijo él con una sonrisa.
_Venga, vamos a arriba, Gael_ dijo Ana.

Subieron las escaleras hasta llegar al dormitorio de Ana. Era una habitación muy grande, con las paredes pintadas de violeta. La colcha de la cama también era del mismo color, y sobre ella caían las mosquiteras blancas. Ana se sentó en el sofá beige que estaba al lado del escritorio, y Gael hizo lo mismo. Ana cogió las manos de su amigo, y le volvió a dar un beso en la mejilla. Él le dio otro a ella.

_Lo siento mucho, cielo.
_Lo sé_ Gael sonrió y la abrazó con fuerza.
_¿Sabes ya algo de Mario?
_No_ dejaron de abrazarse y se miraron a los ojos_. No le he vuelto a ver desde el martes.
_Voy a hablar con él.
_No, Ana, no. Es asunto nuestro.
_Quiero que lo solucionéis ya. No tiene sentido. Sois dos buenos amigos.
_Sí, pero le he traicionado.

Ana agachó la cabeza. Sabía que Gael tenía un poco de razón, pero no quería hundirle más. Volvió a mirar aquellos ojos verdes con los que soñaba de pequeña.

_Bueno, él también tiene que entender que Carla te guste. Aunque ya sé que eso no justifica lo que has hecho. Te gusta mucho, ¿verdad?_ dijo con una sonrisa.
_Sí. Es raro. Nunca me había comportado así. Nunca había sentido celos, y el otro día me comporté como un… paranoico. No sé si me gusta, o es que estoy fuera de si.
_Yo creo que te gusta_ le tocó con su mano la mejilla._ Y seguro a que a ella también le gustas.
_Que va, me odia. La verdad es que le toqué un poco las narices, pero…eso con las tías siempre funciona.

Ana reflexionó sobre aquellas palabras.

_Tienes algo de razón, sí. Nos gusta que nos hagan sufrir. Y seguro que ella está pensando en por qué no le tocas las narices de nuevo.
_No lo sé, pero, ¿qué más da? Lo principal ahora es Mario. Tengo que solucionar las cosas con él.
_Sí. Y yo te voy a ayudar. Pero ahora vamos a distraernos un poco, que ya está bien de que te tortures.  ¿Comemos y nos vamos a la cala?
_Claro_ contestó sonriente. La verdad es que tenía ganas de divertirse algo y alejar de su cabeza aquel sentimiento de culpabilidad.


Un tiempo después, en otro lugar…

Carla cogía el móvil, lo desbloqueaba, y lo volvía a posar sobre la mesita de noche. Tal vez no le sonara la melodía de los mensajes y las llamadas. Pero no era así. No tenía nada nuevo en el móvil. Nada de Mario. No sabía nada de él desde que le había mandado aquel mensaje diciendo que no podía quedar unos días antes. Ya había aclarado más o menos sus sentimientos, y sabía que no era amor, pero le apetecía verle. Se lo pasaba muy bien con él y era la única persona por la que había sentido aquella atracción sexual que le había hecho llegar hasta donde ella no podía imaginar. Pero sin alcanzar el final. Eso era lo que estaba esperando ella, ese final. Era algo tan impropio en Carla. Siempre había esperado al chico adecuado y al momento adecuado; sin embargo en aquellos días habían cambiado muchas cosas. Se dejaba llevar. Sentía que lo quería hacer y aunque su cabeza en ocasiones le dijera que parara, ella no la hacía caso. Y se sentía feliz así.
Todo aquello le había hecho olvidar su problema principal: decidir qué hacer respecto a sus estudios. El día siguiente comenzaba el plazo para la prescripción. Si elegía Medicina como primera opción, la aceptaban, y se matriculaba no podría volver atrás. Deseaba que no la aceptaran, así podría elegir la segunda opción, y su familia no podría decirle nada. Pero no, aquello era algo difícil. Se sacarían listas cada semana, y si no entraba en Medicina en la primera, podría hacerlo en la segunda, o en la tercera… Sus padres la mandarían esperar, y así podría perder su plaza en la segunda opción, en la que estaba segura que la aceptarían, pues la nota de corte era mucho menor. En realidad, dudaba entre dos segundas opciones, aunque a ella le gustaría que aparecieran en su lista de prescripción antes que medicina . Eran Psicología o Trabajo social. Una de esas dos. Para cualquiera de ellas, tenía nota suficiente. Quería ayudar a los demás, darles toda su atención, solucionar los problemas de la sociedad. Sí, eso era lo que quería hacer. Nunca se lo había contado a nadie. Si su padre se enterara… siempre dijo que esas profesiones no tenían futuro. Y tal vez fuera verdad, pero ella sabía que la harían feliz.

Observó la cala a través del ventanal, y algo detuvo aquel diálogo mental que estaba teniendo con ella misma. Confusión. Era Gael echado en su toalla boca arriba. Estaba con una chica que daba saltitos a su alrededor. Después se tiró encima de él, y le empezó a hacer cosquillas. Un poco después, comenzó a correr por la arena, y él la siguió, hasta llegar junto a ella y rodearle la cintura con sus brazos. Se abrazaron y ella le dio un beso. ¿Pero dónde se lo había dado? ¿En la boca? ¿En la mejilla? Desde aquella distancia no lo podía ver bien. Lo que estaba claro es que tenían mucha complicidad. Tal vez estuvieran juntos. Ella era una chica muy guapa. No le podía ver la cara pero tenía muy buen cuerpo, de eso no cabía duda. En ese momento, Carla deseó ser aquella chica, pero no supo por qué. Cuando Gael y aquella chica rubia se volvieron abrazar y sintió una punzada en el pecho, entonces creyó haber encontrado el por qué. Y no le gustaba.

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