Gael llevaba unos días sintiéndose muy mal por todo el
asunto de Mario y Carla. Le consolaba que aquella mañana Ana regresara al
pueblo, aunque por poco tiempo, pues después se marcharía a estudiar inglés a
Inglaterra durante un mes. Un mes solo. Completamente solo, pues Mario no
parecía querer perdonarle y no tenía a nadie más. Estaban Inés y Katia, pero no
era lo mismo. No tenía con ellas la misma confianza que con los otros dos.
Además, de Katia tampoco sabía nada desde la tarde en la que se marchó de su
casa.
Cuando llegaron las 14:30 horas, cerró el puesto de helados
y fue directo a la casa de Ana. Tenía muchas ganas de verla y de hablar con
ella. Su amiga vivía enfrente de la cala, muy cerca de la casa de Carla. Cuando
llegó a la casa verde, sintió un escalofrío por todo el cuerpo. Tal vez ella
saliese en ese momento por casualidad. Pero no fue así. Gael pensó que era lo
mejor, tal y como estaban las cosas, se tenía que olvidar de Carla. En pocos
minutos, llegó a la casa de Ana. Era una de las más grandes del pueblo. Llamó
al telefonillo, y desde dentro le abrieron la verja blanca. Aquel jardín
siempre le había gustado. Tenía un camino de piedra que llegaba hasta la
puerta, rodeado de rosales blancos y rojos. Ana abrió la puerta antes de que
Gael tocara el timbre, y se lanzó a sus brazos. Le besó por toda la cara, y él
sonreía y se dejaba besar. Nunca había sido tan cariñoso como su amiga. Ana le
volvió a abrazar, aunque esa vez el abrazo fue más largo e intenso. Ella ya
estaba al corriente de lo que había pasado esos días, y lo sentía mucho por
Gael y por Mario. Siempre habían sido muy buenos amigos, pero confiaba en que
todo se arreglara. Dijo un “pasa” con una sonrisa de oreja a oreja, y él la
hizo caso. Una mujer de cuarenta años con el pelo rizado le esperaba junto a la
puerta de la cocina. Era Teresa, la madre de Ana.
_¡Gael! ¡Cuánto tiempo sin verte!
Le abrazó y le dio dos besos. Él hizo lo mismo.
_Lo sé. ¿Cómo está?
_Muy bien chico, ¿y tú? ¡Cada día estás más guapo!
_Gracias_ dijo él con una sonrisa.
_Venga, vamos a arriba, Gael_ dijo Ana.
Subieron las escaleras hasta llegar al dormitorio de Ana.
Era una habitación muy grande, con las paredes pintadas de violeta. La colcha
de la cama también era del mismo color, y sobre ella caían las mosquiteras
blancas. Ana se sentó en el sofá beige que estaba al lado del escritorio, y
Gael hizo lo mismo. Ana cogió las manos de su amigo, y le volvió a dar un beso
en la mejilla. Él le dio otro a ella.
_Lo siento mucho, cielo.
_Lo sé_ Gael sonrió y la abrazó con fuerza.
_¿Sabes ya algo de Mario?
_No_ dejaron de abrazarse y se miraron a los ojos_. No le he
vuelto a ver desde el martes.
_Voy a hablar con él.
_No, Ana, no. Es asunto nuestro.
_Quiero que lo solucionéis ya. No tiene sentido. Sois dos
buenos amigos.
_Sí, pero le he traicionado.
Ana agachó la cabeza. Sabía que Gael tenía un poco de razón,
pero no quería hundirle más. Volvió a mirar aquellos ojos verdes con los que
soñaba de pequeña.
_Bueno, él también tiene que entender que Carla te guste.
Aunque ya sé que eso no justifica lo que has hecho. Te gusta mucho, ¿verdad?_
dijo con una sonrisa.
_Sí. Es raro. Nunca me había comportado así. Nunca había
sentido celos, y el otro día me comporté como un… paranoico. No sé si me gusta,
o es que estoy fuera de si.
_Yo creo que te gusta_ le tocó con su mano la mejilla._ Y
seguro a que a ella también le gustas.
_Que va, me odia. La verdad es que le toqué un poco las narices,
pero…eso con las tías siempre funciona.
Ana reflexionó sobre aquellas palabras.
_Tienes algo de razón, sí. Nos gusta que nos hagan sufrir. Y
seguro que ella está pensando en por qué no le tocas las narices de nuevo.
_No lo sé, pero, ¿qué más da? Lo principal ahora es Mario.
Tengo que solucionar las cosas con él.
_Sí. Y yo te voy a ayudar. Pero ahora vamos a distraernos un
poco, que ya está bien de que te tortures. ¿Comemos y nos vamos a la cala?
_Claro_ contestó sonriente. La verdad es que tenía ganas de
divertirse algo y alejar de su cabeza aquel sentimiento de culpabilidad.
Un tiempo después, en
otro lugar…
Carla cogía el móvil, lo desbloqueaba, y lo volvía a posar
sobre la mesita de noche. Tal vez no le sonara la melodía de los mensajes y las llamadas.
Pero no era así. No tenía nada nuevo en el móvil. Nada de Mario. No sabía nada de él
desde que le había mandado aquel mensaje diciendo que no podía quedar unos días
antes. Ya había aclarado más o menos sus sentimientos, y sabía que no era amor,
pero le apetecía verle. Se lo pasaba muy bien con él y era la única persona por
la que había sentido aquella atracción sexual que le había hecho llegar hasta
donde ella no podía imaginar. Pero sin alcanzar el final. Eso era lo que estaba
esperando ella, ese final. Era algo tan impropio en Carla. Siempre había
esperado al chico adecuado y al momento adecuado; sin embargo en aquellos días
habían cambiado muchas cosas. Se dejaba llevar. Sentía que lo quería hacer y
aunque su cabeza en ocasiones le dijera que parara, ella no la hacía caso. Y se
sentía feliz así.
Todo aquello le había hecho olvidar su problema
principal: decidir qué hacer respecto a sus estudios. El día siguiente
comenzaba el plazo para la prescripción. Si elegía Medicina como primera
opción, la aceptaban, y se matriculaba no podría volver atrás. Deseaba que no
la aceptaran, así podría elegir la segunda opción, y su familia no podría
decirle nada. Pero no, aquello era algo difícil. Se sacarían listas cada
semana, y si no entraba en Medicina en la primera, podría hacerlo en la
segunda, o en la tercera… Sus padres la mandarían esperar, y así podría perder
su plaza en la segunda opción, en la que estaba segura que la aceptarían, pues
la nota de corte era mucho menor. En realidad, dudaba entre dos segundas
opciones, aunque a ella le gustaría que aparecieran en su lista de prescripción antes que medicina . Eran
Psicología o Trabajo social. Una de esas dos. Para cualquiera de ellas, tenía nota suficiente. Quería ayudar a los demás, darles
toda su atención, solucionar los problemas de la sociedad. Sí, eso era lo que
quería hacer. Nunca se lo había contado a nadie. Si su padre se enterara…
siempre dijo que esas profesiones no tenían futuro. Y tal vez fuera verdad, pero
ella sabía que la harían feliz.
Observó la cala a través del ventanal, y algo detuvo aquel
diálogo mental que estaba teniendo con ella misma. Confusión. Era Gael echado
en su toalla boca arriba. Estaba con una chica que daba saltitos a su
alrededor. Después se tiró encima de él, y le empezó a hacer cosquillas. Un poco después, comenzó a correr por la arena, y él la siguió, hasta llegar junto a ella y rodearle la cintura con sus brazos. Se abrazaron y ella le dio un beso. ¿Pero dónde se lo
había dado? ¿En la boca? ¿En la mejilla? Desde aquella distancia no lo podía ver
bien. Lo que estaba claro es que tenían mucha complicidad. Tal vez estuvieran
juntos. Ella era una chica muy guapa. No le podía ver la cara pero tenía muy
buen cuerpo, de eso no cabía duda. En ese momento, Carla deseó ser aquella
chica, pero no supo por qué. Cuando Gael y aquella chica rubia se volvieron
abrazar y sintió una punzada en el pecho, entonces creyó haber encontrado el por qué. Y no le
gustaba.
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