lunes, 11 de junio de 2012

Capítulo dos.


La nevera de la cocina exigía ser llenada inmediatamente, así que aquella mañana Amanda y Carla fueron a comprar. En el pueblo había tres supermercados, pero decidieron entrar en el más grande, el “Florida”. Carla metió una moneda de un euro en la ranura de uno de los carritos que estaban en la entrada. Como todos los carritos de la compra, las ruedas se deslizaban hacia la izquierda, pero Carla logró controlarlo y seguir recto. Amanda caminaba delante de su hija, cogiendo lo primero que veía en las estanterías y metiéndolo en el carrito. Carla la miró disgustada, pero su madre obvió aquel gesto. Sus padres nunca comparaban precios, no les importaba pagar más por algo que podía costar menos. Nunca habían tenido problemas de dinero; tener a un médico y a una profesora de universidad en casa ayudaba a que ninguno se preocupara por los gastos. Consentían todos los caprichos de sus hijos: el coche de Sergio, la moto de Carla que seguía en el garaje esperando ser estrenada, los dos portátiles, la cámara de vídeo de Sergio… Carla aceptaba todos sus regalos, pero quería aprender a ganarse las cosas por sí misma, estaba cansada de ser una niña de papá y mamá.
A los quince  minutos de entrar en el supermercado, Amanda había llenado por completo el carrito. Como siempre, compraba deprisa y mal. La nevera se alegraría de estar acompañada de cartones de leche, fruta, yogures, embutidos,verdura, etc. Carla esperaba que toda aquella comida que había comprado su madre no se terminara en un mes, aunque probablemente fuera así.
La cola en la caja parecía interminable, y se hizo aún más larga cuando dos señoras con una barra de pan les pidieron permiso para pasar delante. Amanda les dijo que pasaran con una mueca de desprecio. Al fin, solo quedaba un hombre con cuatro yogures de sabores y una bolsa de patatas congeladas. Se iban acercando más a la caja  y a Carla le empezó a resultar familiar el rostro de la cajera. ¡Claro! Inés trabajaba allí. Se sonrieron al encontrarse y comenzaron a hablar mientras Amanda y Carla sacaban la comida del carro y la depositaban en la cinta transportadora.

_¡Carla! ¿Cómo estás? ¡Qué alegría verte por aquí!
_Bien_sonrió_. ¿Tú qué tal? ¿Mucho trabajo?
_No te creas, hoy es un día tranquilo. La hora punta es la una del mediodía.

Ambas sonrieron y Amanda depositó los últimos alimentos en la cinta transportadora.

_Por cierto, ¿tienes algo que hacer hoy?_ preguntó Inés.
_Bueno… No he planeado nada…
_Vamos a ir por la tarde a la piscina y de noche saldremos a tomar algo. Así conoces los bares del pueblo.
_Vale, está bien_Carla sonrió y se apartó para que su madre pagara a Inés.
_Son 300,90 euros_ le comunicó Inés a Amanda.

Definitivamente su madre no sabía comprar bien.

A la misma hora, en otro lugar…

El timbre de la casa de Gael despertó a éste de un profundo sueño. Sus padres estaban trabajando; eso significaba que se tenía que levantar. No se molestó en vestirse, bajó hasta la planta baja con los calzoncillos azules con los que había dormido toda la noche, y con los ojos aún cerrados abrió la puerta. Era Mario.

_Eh tío, ¡cuánto tardas en abrir!_ dijo Mario mientras se adentraba en el pasillo principal.
_Estaba durmiendo_ respondió Gael molesto, e intentó buscar un reloj para saber qué hora era, pero en el pasillo no había ninguno.
_Son las doce_ dijo Mario que se percató del movimiento de su amigo.
_¿Las doce? ¿No tendrías que estar trabajando? ¿Qué diablos quieres a estas horas?
_¡Menudo humor por las mañanas! Venía a decirte que hoy hemos quedado a las cuatro en la piscina.
_Pues vale.

Gael entró en el salón y se sentó en el sofá azul marino. Estaba muy cansado, apenas había dormido aquella noche. Mario se sentó a su lado y le observó.

_¿Tanto duermes en tu día libre? Mañana te costará levantarte, amigo.
_Lo sé_dijo Gael mirando a Mario con un poco de odio por haberle recordado algo que él ya sabía.
_¿Entonces? ¿Qué estuviste haciendo anoche para acostarte tan tarde? No sé por qué me lo puedo imaginar…_Mario sonrió con picardía, esperando ansioso la respuesta de su amigo.
_Estuve con Katia.
_¿Con Katia? Lo vuestro parece ir en serio, ¿eh?
_No lo sé, la verdad es que no lo sé… Me gusta pero… ya sabes cómo soy, me gusta tener mi espacio y no aferrarme a nada, creo que no estoy preparado para estar con ella más en serio, ya sabes.
_Bueno, pero tal vez con Katia no te agobies, sois amigos desde hace mucho tiempo, puede que sea más fácil.
_Sí, puede ser, pero no sé, Katia es una chica genial y me lo paso muy bien con ella, pero… sólo es eso. Me gusta, pero ya está, no hay nada más.
_¿Y crees que ella siente lo mismo?
_No lo sé…supongo…yo nunca le he dicho que vaya a haber más de lo que hay, no creo que la haya ilusionado con palabras. Ni siquiera hablamos cuando quedamos, sólo nos acostamos.
_Sólo folláis…Qué suerte tienes, tío. Si supieras el tiempo que hace que no…_sonrió, pero se calló, a pesar de que la cara de Gael le pidió que siguiera hablando.
_Bueno,  puede que ahora tengas oportunidad de volver a sacar tu soldadito a pasear.
_¿Por qué dices eso?
_Carla. Te gusta, ¿no?
_Sí, claro que me gusta, pero…¿Tú crees que ella…?
_Bueno, ¿por qué no?_ Gael sonrió y posó su mano en el hombro de su amigo.

Mario también sonrió, y unos minutos más tarde volvió a la panadería donde le esperaba su padre. Siempre habían sido los mejores amigos del mundo, a pesar de discusiones tontas y de que todas las chicas que le gustaban a Mario, se sintieran atraídas por Gael, pero éste siempre fue fiel a su mejor amigo, y nunca quiso nada con ellas. Carla era guapa y simpática, y tenía que reconocer que aquella dulzura y encanto que desprendía le había hecho pensar en ella más de una vez después de la tarde anterior, pero ahora debía olvidarse, Mario tenía derecho a una oportunidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario