La nevera de
la cocina exigía ser llenada inmediatamente, así que aquella mañana Amanda y
Carla fueron a comprar. En el pueblo había tres supermercados, pero decidieron
entrar en el más grande, el “Florida”. Carla metió una moneda de un euro en la
ranura de uno de los carritos que estaban en la entrada. Como todos los
carritos de la compra, las ruedas se deslizaban hacia la izquierda, pero Carla
logró controlarlo y seguir recto. Amanda caminaba delante de su hija, cogiendo
lo primero que veía en las estanterías y metiéndolo en el carrito. Carla la
miró disgustada, pero su madre obvió aquel gesto. Sus padres nunca comparaban
precios, no les importaba pagar más por algo que podía costar menos. Nunca
habían tenido problemas de dinero; tener a un médico y a una profesora de
universidad en casa ayudaba a que ninguno se preocupara por los gastos. Consentían
todos los caprichos de sus hijos: el coche de Sergio, la moto de Carla que
seguía en el garaje esperando ser estrenada, los dos portátiles, la cámara de
vídeo de Sergio… Carla aceptaba todos sus regalos, pero quería aprender a ganarse
las cosas por sí misma, estaba cansada de ser una niña de papá y mamá.
A los quince
minutos de entrar en el supermercado,
Amanda había llenado por completo el carrito. Como siempre, compraba deprisa y
mal. La nevera se alegraría de estar acompañada de cartones de leche, fruta,
yogures, embutidos,verdura, etc. Carla esperaba que toda aquella comida que
había comprado su madre no se terminara en un mes, aunque probablemente fuera
así.
La cola en
la caja parecía interminable, y se hizo aún más larga cuando dos señoras con
una barra de pan les pidieron permiso para pasar delante. Amanda les dijo que
pasaran con una mueca de desprecio. Al fin, solo quedaba un hombre con cuatro
yogures de sabores y una bolsa de patatas congeladas. Se iban acercando más a
la caja y a Carla le empezó a resultar familiar el rostro de la
cajera. ¡Claro! Inés trabajaba allí. Se sonrieron al encontrarse y comenzaron a
hablar mientras Amanda y Carla sacaban la comida del carro y la depositaban en
la cinta transportadora.
_¡Carla!
¿Cómo estás? ¡Qué alegría verte por aquí!
_Bien_sonrió_. ¿Tú qué tal? ¿Mucho trabajo?
_No te creas, hoy es un día tranquilo. La hora punta es la
una del mediodía.
Ambas sonrieron y Amanda depositó los últimos alimentos en
la cinta transportadora.
_Por cierto, ¿tienes algo que hacer hoy?_ preguntó Inés.
_Bueno… No he planeado nada…
_Vamos a ir por la tarde a la piscina y de noche saldremos a
tomar algo. Así conoces los bares del pueblo.
_Vale, está bien_Carla sonrió y se apartó para que su madre
pagara a Inés.
_Son 300,90 euros_ le comunicó Inés a Amanda.
Definitivamente su madre no sabía comprar bien.
A la misma hora, en
otro lugar…
El timbre de la casa de Gael despertó a éste de un profundo
sueño. Sus padres estaban trabajando; eso significaba que se tenía que
levantar. No se molestó en vestirse, bajó hasta la planta baja con los calzoncillos
azules con los que había dormido toda la noche, y con los ojos aún cerrados
abrió la puerta. Era Mario.
_Eh tío, ¡cuánto tardas en abrir!_ dijo Mario mientras se
adentraba en el pasillo principal.
_Estaba durmiendo_ respondió Gael molesto, e intentó buscar
un reloj para saber qué hora era, pero en el pasillo no había ninguno.
_Son las doce_ dijo Mario que se percató del movimiento de
su amigo.
_¿Las doce? ¿No tendrías que estar trabajando? ¿Qué diablos
quieres a estas horas?
_¡Menudo humor por las mañanas! Venía a decirte que hoy
hemos quedado a las cuatro en la piscina.
_Pues vale.
Gael entró en el salón y se sentó en el sofá azul marino. Estaba
muy cansado, apenas había dormido aquella noche. Mario se sentó a su lado y le
observó.
_¿Tanto duermes en tu día libre? Mañana te costará
levantarte, amigo.
_Lo sé_dijo Gael mirando a Mario con un poco de odio por
haberle recordado algo que él ya sabía.
_¿Entonces? ¿Qué estuviste haciendo anoche para acostarte
tan tarde? No sé por qué me lo puedo imaginar…_Mario sonrió con picardía,
esperando ansioso la respuesta de su amigo.
_Estuve con Katia.
_¿Con Katia? Lo vuestro parece ir en serio, ¿eh?
_No lo sé, la verdad es que no lo sé… Me gusta pero… ya sabes
cómo soy, me gusta tener mi espacio y no aferrarme a nada, creo que no estoy preparado
para estar con ella más en serio, ya sabes.
_Bueno, pero tal vez con Katia no te agobies, sois amigos
desde hace mucho tiempo, puede que sea más fácil.
_Sí, puede ser, pero no sé, Katia es una chica genial y me
lo paso muy bien con ella, pero… sólo es eso. Me gusta, pero ya está, no hay
nada más.
_¿Y crees que ella siente lo mismo?
_No lo sé…supongo…yo nunca le he dicho que vaya a haber más
de lo que hay, no creo que la haya ilusionado con palabras. Ni siquiera
hablamos cuando quedamos, sólo nos acostamos.
_Sólo folláis…Qué suerte tienes, tío. Si supieras el tiempo
que hace que no…_sonrió, pero se calló, a pesar de que la cara de Gael le pidió
que siguiera hablando.
_Bueno, puede que
ahora tengas oportunidad de volver a sacar tu soldadito a pasear.
_¿Por qué dices eso?
_Carla. Te gusta, ¿no?
_Sí, claro que me gusta, pero…¿Tú crees que ella…?
_Bueno, ¿por qué no?_ Gael sonrió y posó su mano en el
hombro de su amigo.
Mario también sonrió, y unos minutos más tarde volvió a la
panadería donde le esperaba su padre. Siempre habían sido los mejores amigos
del mundo, a pesar de discusiones tontas y de que todas las chicas que le
gustaban a Mario, se sintieran atraídas por Gael, pero éste siempre fue fiel a
su mejor amigo, y nunca quiso nada con ellas. Carla era guapa y simpática, y
tenía que reconocer que aquella dulzura y encanto que desprendía le había hecho
pensar en ella más de una vez después de la tarde anterior, pero ahora debía
olvidarse, Mario tenía derecho a una oportunidad.
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