viernes, 15 de junio de 2012

Capítulo ocho.


Se sentaron en uno de los bancos que se encontraban en la plaza. Abrieron sus bolsas de Doritos que acababan de comprar en el quiosco de enfrente, y empezaron a comer en silencio.

_¿Cómo estás?_ Inés giró la cabeza y observó a Katia.
_He tenido días mejores_ contestó ella contemplando las cáscaras de pipas que alguien había tirado en el suelo.
_¿Por qué no hablas con él? A lo mejor  ha cambiado de opinión.

Katia  fijó su mirada en los ojos azules de Inés, mientras ésta observaba la palidez del rostro de su amiga, que destacaba las ojeras que se habían originado debido a varias noches de insomnio.

_No, Inés. No ha cambiado de opinión. Él nunca me ha querido, ¿quieres que le pida que me siga utilizando sólo para el sexo? No lo voy a hacer, no me lo voy a hacer a mí misma.

Inés reflexionó sobre las palabras de su amiga. Tenía razón. Él nunca había sentido lo que desde el primer día había sentido Katia. Gael no sabía que él había sido el único sabor que Katia había probado. Inés no dijo nada más, y comió otro dorito. Ellas no necesitaban decir nada para comprenderse, y aquella tarde en la que el silenció sólo se rompía con el crujido de los doritos, Inés la había entendido mejor que nunca.

Esa misma tarde, no muy lejos de allí…

_¿Quieres que nos veamos?_ preguntó Mario con una sonrisa en los labios.
_¡Sí! Me paso por tu casa dentro de quince minutos, ¿vale?
_Vale, princesa. Nos vemos.

Y colgó. Princesa. Nunca la habían llamado así. Dio un pequeño grito de alegría, y bajó corriendo por las escaleras de caracol. Sus padres no estaban allí, habían ido a pasar el día a la cala. En ese momento, Carla se dio cuenta de que podía haberle dicho a Mario que fuera a su casa. No, eso era ir demasiado deprisa, y aunque la noche anterior ya había corrido demasiado rápido, su mente le pedía un descanso. Lo que había ocurrido aquella noche, le había hecho dudar de si misma, de sus valores. Siempre había pensado que debía esperar al chico adecuado para dar ciertos pasos, y sin embargo, sus pies habían caminado muy deprisa en una sola noche con un chico que acababa de conocer, y que ni siquiera le gustaba hasta que pasó lo que pasó. Pero ella estaba feliz. Había superado muchos de sus miedos, de sus temores, en solo unas horas, y se dio cuenta de que lo que antes era miedo se había transformado en placer. Salió de casa y se dirigió al hogar de su amante.
Entonces fue cuando se encontró al chico que había desaparecido de sus pensamientos durante unas horas. No supo por qué, pero al ver su rostro, su cuerpo comenzó a temblar. El chico se detuvo a solo unos centímetros de ella. Carla tenía ante sus ojos la sonrisa más bonita que había visto nunca.

_Hola_ se decidió a decir él.
_Hola Gael.
_¿Cómo estás? ¿Sigues enfadada conmigo?

Él le tocó con su mano el hombro derecho, y ella sintió un escalofrío. Observó sus largos dedos posados en su camiseta rosa. Su madre habría dicho que aquel muchacho tenía manos de pianista.

_No_susurró ella con voz temblorosa.
_Me alegra saber eso_sonrió_¿A dónde vas?
_He quedado con Mario.

Gael se arrepintió de haber hecho esa pregunta, pero intentó ocultar aquel sentimiento.

_Oh…Ya me ha dicho que entre vosotros ha habido más que palabras_ le guiñó un ojo, deseando por un instante que fuera Mario el que hubiera dicho eso refiriéndose a la noche en la que Carla y él habían estado juntos.
_Ya veo que os lo contáis todo…

Carla se sintió algo molesta, pero  no porque Mario lo hubiera contado, sino porque Gael lo sabía. Entonces recordó la noche en la que estuvo a punto de besarle. Se sonrojó.

_Bueno, me tengo que ir. Ya nos veremos, Gael.
_Sí_ se limitó a decir él, mientras su sonrisa desaparecía.

Cuando Carla llamó al timbre de la casa de Mario, se dio cuenta de que no había pensado en él ni una sola vez durante todo el trayecto. Sus pensamientos habían estado ocupados por aquel chico con manos de pianista y sonrisa encantadora. Era extraño que no hubiera dicho nada que la hubiera hecho rabiar, y lo más extraño fue que a ella le molestara que no la hubiera sacado de quicio. No entendía nada, y mientras intentaba solucionar aquella confusión mental, Mario abrió la puerta. La recibió con una sonrisa.

_Pasa. No hay nadie dentro.

Carla no se dio cuenta del significado de aquellas palabras hasta que la puerta se cerró.



No hay comentarios:

Publicar un comentario