martes, 12 de junio de 2012

Capítulo cinco.


El pub ”Smile” era un bar muy grande. Tenía tres barras dispersadas por el local. Al fondo, al lado de los baños, se encontraban varios sofás blancos donde muchas parejas se besaban apasionadamente. Las canciones que se escuchaban eran conocidas por todos. Un grupo de cuatro jóvenes bailaban en una esquina del pub. Se les unió una joven morena con un vestido extremadamente escotado.

_Aquí las copas sólo cuestan dos euros_ dijo Inés, que llegaba con un vaso lleno de vodka rojo y limón. Sorbió por la pajita, y siguió hablando lo suficientemente algo para que sus amigos la escucharan._ Tenemos que aprovechar.

Gael volvió por tercera vez a la barra que tenían más cerca y pidió un ron con limón. Katia le siguió. Unos hombres de unos treinta años le gritaron algo, pero ella no lo escuchó, o no lo quiso escuchar. Se apoyó en la barra, al lado de Gael. Los dos observaban a los camareros moviéndose de un extremo a otro. Aunque sonara “I wanna go” de Britney Spears por todo el pub, ambos escuchaban el silencio que empezaba a formar un muro entre los dos, sin saber muy bien por qué. Katia decidió romperlo.

_¿Te apetece que salgamos un rato tú y yo?_ sugirió mientras observaba los tacones de sus zapatos.
_No creo que sea el mejor momento, estamos con todos.
_No entiendo por qué te molesta que nos vean ellos enrollándonos, ya saben que lo hacemos_ esta vez sí lo miró a los ojos, pero él no lo hizo.
_No me molesta, sólo creo que necesitamos intimidad para hacer ciertas cosas.
_Tal vez no deberíamos quedar sólo para follar.

Gael se giró con la mano izquierda apoyada en la barra, y la miró, primero serio, pero acabó sonriendo.

_¿Entonces para qué quieres que quedemos?
_No es eso_ susurró ella  sin responder a la pregunta que él le había hecho, y miró al suelo. Después levantó la cabeza, y con un tono de voz más alto siguió hablando_. Es sólo que no entiendo por qué no podemos simplemente besarnos cuando hay más personas.
_Porque no estamos juntos, Katia. No somos una pareja, sólo somos amigos que se acuestan.

Aquellas palabras dejaron a Katia fría. Nunca antes habían definido su relación, y Gael tampoco le había prometido nada, pero escucharlas fue tan duro como recibir un puñetazo en el pecho. Solo quedaban para acostarse, pero se gustaban. ¿Por qué no podían besarse en un sitio público? ¿Tan terrible era? Katia se apoyó en la barra, mientras intentaba ocultar las lágrimas que empezaban a resbalar por su piel. Gael se inclinó hacia ella y le tocó suavemente unos mechones de su cabello negro. Estaba serio. Ella le miró con los ojos húmedos, sin importarle ya que él se diera cuenta de que le había hecho daño. Él tocó con su mano la mejilla de Katia, y le dio un dulce beso en los labios. Probablemente, aquel  había sido el gesto más tierno que había tenido con ella.

_¿Es un beso de despedida?_ preguntó ella con la voz temblorosa. Tenía miedo de escuchar la respuesta.
_Lo siento.

Él no contestó a su pregunta, pero Katia había entendido aquellas dos palabras perfectamente. Nunca más iban a volver a besarse. Nunca más se iban a volver a acostar. No podría memorizar cada gesto ni el tacto de su piel mientras hacían el amor. No volvería a aspirar su olor tan cerca como lo hacía cuando estaba debajo de él, al mismo tiempo que probaba el sabor de su cuello. Nunca más iba a estar con Gael, ni siquiera como amigos que se acuestan.

Muy cerca de allí…

_¿Qué les pasa a Katia y Gael?_ le preguntó Carla a Inés.

Había observado los movimientos de ambos en la barra. Ella le había dicho algo a Gael, y después había empezado a llorar. Él la había besado en los labios. ¿Acaso estaban juntos? Pero si lo estaban, ¿por qué ella no se había enterado hasta aquel momento?.

_No lo sé_ respondió Inés con sinceridad, que también les estaba observando.
_¿Están juntos?_Carla sintió miedo al preguntarlo, pero no sabía muy bien por qué.
_Bueno, juntos no… Son más que amigos, dejémoslo así.

Aquello en el lenguaje de Carla y en todos los lenguajes significaba que se enrollaban de vez en cuando. Menudo golfo. Encima la había hecho llorar. ¿Qué habría pasado? Katia salió del bar secándose las lágrimas con la mano. Inés la siguió, quería saber qué había pasado, aunque se lo podía imaginar. Gael volvió de la barra con otra copa de ron con limón, y se unió a Mario y a Carla.

_¿Qué ha pasado, tío?_ le preguntó Mario al oído, que también se había dado cuenta de la situación.
_Lo que tenía que pasar tarde o temprano_ se limitó a contestar.

Ninguno de los tres dijo nada en un tiempo, ni siquiera bailaban. Esperaban que volvieran sus amigas, pero en el fondo todos sabían que aquello no iba a ocurrir.
La noche se hizo más corta de lo que habían pensado. A la una de la mañana ya caminaban de vuelta a casa. Era una noche bonita. El cielo estaba despejado y se podían observar las estrellas iluminadas por la luna en fase menguante. Carla se acordó de aquella canción de Mecano en la que se contaba la historia de una gitana que le había dado su hijo a la luna; al final decía que si el niño lloraba, la luna menguaría para hacerle una cuna. Carla no pudo evitar sonreir. Llegaron a casa de Mario y se despidieron de él. El resto del trayecto hasta llegar a la casa de Carla tendrían que hacerlo solos, y aún quedaba bastante. Genial.

_¿Todavía sigues enfadada conmigo?_ preguntó Gael después de unos minutos en silencio.
_Yo no estoy enfadada contigo_ Carla no sabía mentir, y él lo notó.
_¿Estás segura?
_Sí.
_Además de ser egocéntrica, eres una mentirosa.

Gael intentó parecer serio, pero se estaba divirtiendo mucho, le encantaba hacerla rabiar. Contó los segundos que tardaría Carla en insultarle. Uno, dos, tres…

_¿Pero de qué vas, chaval? Tú si que eres un mentiroso, te estás inventando toda mi vida, y no sabes nada de mí_ Carla dejó de caminar, y le miró a los ojos. Estaba muy enfadada.

_Vaya… La chica buena ha sacado su mal genio. Y eso que parecías una mosquita muerta_ se rió.

Carla gruñó, y caminó más rápido. No quería que Gael la siguiera acompañando hasta llegar a casa. Le daba igual estar sola de noche en un pueblo que aún no conocía bien, no podía ser peor que estar con ese idiota. Sintió unas pisadas detrás suya. Por lo visto, él no iba a dejarla tranquila.

_No te vayas. Podré no ser muchas cosas, pero sí que soy un caballero. Nunca dejaría a una dama sola en mitad de la noche.

Para Carla la caballerosidad era machismo disfrazado. Por ese motivo, Gael aún le cayó peor, aunque creía que ya había llegado al límite con él. Por lo general, no le solía caer mal la gente, y menos las personas que acababa de conocer, pero él había sido la excepción. Siguió caminando ignorando todo lo que él le decía.

_Me guardas rencor porque te ignoré en la piscina, ¿verdad?

Carla siguió caminando hacia delante sin decir nada. Gael la detuvo colocándose delante de ella, y sujetándole los hombros con las manos. Ella intento liberarse de ellas, pero Gael era demasiado fuerte. Él la miró a los ojos y ella también lo hizo. Nunca antes habían estado tan cerca, la camiseta roja de él rozaba la chaqueta vaquera de ella, y algunos mechones de cabello de Carla descendían por los brazos de Gael. Carla se estremeció. Gael le tocó la mejilla con su mano izquierda, mientras la otra seguía sujetando el hombro de Carla, aunque ella ya no intentaba seguir caminando. Su mano palpó su piel suave, sintiendo el calor que empezaba a generar su rostro. Estar tan cerca de Gael, y que él la estuviera tocando con aquella delicadeza, provocaron que le entraran ganas de besarle, pero no lo hizo. Él rozó sus labios suavemente contra su mejilla, y después los abrió lentamente, mientras su respiración hacía contacto con la mejilla caliente de ella. Las piernas de Carla temblaron. Se preguntó si el sentiría ganas de besarla, y si ella le dejaría hacerlo. Sí, ella le iba a dejar hacerlo. Pero los labios de él se apartaron de su piel y sus rostros volvieron a encontrarse uno enfrente del otro. Sus respiraciones completaban aquellos pequeños centímetros que separaban sus labios.

_Era un beso para hacer las paces. ¿Quieres volver a ser mi amiga? Anda, dime que sí.

Gael ladeó la cabeza mientras sus ojos empezaban a parecerse a los del gato con botas de la película de Shrek. A Carla le hizo gracia, pero se mantuvo seria, y siguió caminando sin decir nada. Pronto llegaron a su casa, y se despidieron con un “Ya nos veremos” de él y con el silencio de ella. No fue hasta después de ponerse el pijama y meterse la cama, cuando Carla recordó que había estado a punto de besar al idiota que tanto la había sacado de quicio, y sin ni siquiera darse cuenta, sonrió.




No hay comentarios:

Publicar un comentario