“Eleanor rigby” no paraba de sonar. Carla, todavía algo
dormida, buscó el despertador con las manos y observó la hora. ¡Las seis y
media de la mañana! ¿Quién le llamaba a esas horas? Descolgó el móvil sin ni
siquiera mirar quien la llamaba y respondió algo enfadada por haber interrumpido
su sueño.
_¿Qué?
_Carla.
Aquella voz. Esa voz que había escuchado el día anterior.
Era él. Se avergonzó al haberle respondido así. Ni siquiera había asimilado lo
ocurrido en la piscina y lo de después de la piscina.
_Ah, eres tú_ dijo sonriendo algo sonrojada.
_Sí, soy yo. Quiero pasar el día contigo.
_¿El día entero?
_Sí, entero. Desayunaremos, comeremos y cenaremos. A las
doce te dejo en casa. ¿Qué te parece?
_Pues me parece algo raro_ se rió._ Pero vale, acepto.
_¿Te paso a buscar en una hora?
_Vale. ¿A dónde vamos a ir? Lo digo por la ropa…
_Mmm… Será mejor que lleves una mochila con ropa de
recambio.
_¿Ropa de recambio? ¿Pero qué vamos a hacer?
_Es una sorpresa.
_No me gustan las sorpresas.
_Ésta te gustará.
_¿Cómo lo sabes?
_Porque lo sé. Te recojo en una hora. Adiós Carla.
Gael colgó sin que a Carla le diera tiempo a despedirse.
¿Qué sorpresa le daría? ¿Querría bañarse otra vez en la piscina? ¿O tal vez en
la cala? Si fuera así, lo de la ropa de recambio tendría bastante sentido. Fue
al baño y se lavó la cara. Era una buena
idea pasar un día juntos, pero ¿no podía ser un poquito más tarde? Se dio una
ducha rápida y bajó a desayunar. Sus padres obviamente aún no se habían levantado.
Hizo café, y se lo sirvió en una taza. Café y croissant, el desayuno de todas
las mañanas. Cuando masticó el último trozo, recordó que Gael le había dicho
que desayunarían juntos. ¿Hablaría en serio? ¿O lo diría por decir? De todas
formas, ya no había vuelto atrás, ya se había tomado su comida matutina. Subió
al dormitorio y buscó algo apropiado para ponerse. Se decidió por un top blanco
y unos shorts vaqueros. Después, metió en su mochila lila una camiseta verde
pistacho y unos pantalones negros. También metió la cartera, el móvil y las
llaves de casa. No quería que le pasara como la última vez. Observó la hora.
Las siete y cuarto. Aún le quedaban quince minutos para maquillarse, arreglarse
un poco el pelo, y dejarle una nota a sus padres para decirles que volvería de
noche. No podía explicarles nada más porque ni siquiera ella sabía que iba a hacer. Dos golpes secos en la puerta. Carla la abrió, ya sabía
quién era. Allí le esperaba él, con su sonrisa de siempre.
_¿Estás lista?
_Sí.
Y dicho esto, se puso la mochila en los hombros y salió de
casa. Se llevó una sorpresa cuando vio un Seat León azul aparcado al lado del
coche de sus padres. Gael sacó unas llaves de su bolsillo y abrió el coche.
Carla no se lo podía creer. ¿Desde cuándo Gael tenía coche? No le había
comentado nada.
_¿Es tuyo?
_No, de mis padres. Pero tranquila que tengo carnet_
contestó guiñando un ojo.
Carla se subió en el asiento de copiloto y Gael arrancó el
coche. Salieron del pueblo, y empezaron a subir por una carretera con muchas
curvas. Gael conducía realmente bien, a la velocidad indicada, con precaución,
como a ella le gustaba. Odiaba a los chicos que se hacían los duritos
conduciendo a velocidades excesivamente altas por la ciudad. Estuvieron en el
coche unos veinte minutos. Después, Gael aparcó en un área de descanso. Carla
no tenía ni idea de en qué sitio estaban. Los dos se bajaron, y Gael le pidió
que cerrara los ojos.
_¿Por qué?
_Porque es más divertido así.
Sacó unas bolsas del maletero y después de recordarle a
Carla que tenía que seguir con los ojos cerrados, la cogió de la mano. Subieron
una cuesta empinada, y al llegar a una superficie llana, la soltó. Sacó de una bolsa un mantel y lo estiró sobre el cemento. Después, comenzó a sacar cosas de
las bolsas.
_¿Puedo abrirlos ya?
_No, espera un segundo.
Gael colocó las últimas cosas y después rodeó con los brazos
la cintura de Carla. Ella sonrió al sentirlo tan cerca. Gael la llevó hasta
donde quería que fuera, y cuando ya estaba en la posición correcta, le pidió que
abriera los ojos.
_Ya puedes.
El sol. Miles de casitas abajo. El mar. Estaba amaneciendo.
Carla nunca se había levantado tan temprano para observar aquella bella escena.
Se dio la vuelta y le miró a los ojos .Todavía estaba emocionada por aquellas vistas.
_Es precioso.
_¿Te gusta? Sé que te ha costado madrugar, pero merecía la
pena, ¿no?
Carla asintió. No podía parar de sonreír.
_Y aún no has visto lo mejor de todo… ¡Tachan!_ dijo
señalando con las manos lo que acababa de preparar.
La sorpresa de Carla
aumentó al ver la cantidad de comida que Gael había colocado en el suelo sobre un mantel de cuadros. Había bollos,
donuts, zumo, café, galletas… Gael la invitó a sentarse, y ésta lo hizo,
todavía sin creerse lo que estaba pasando.
_Espero que no hayas desayunado ya…_ dijo mientras servía en
un vaso de plástico café del termo.
Carla se rió. Sí que había desayunado, pero no le importaba
desayunar dos veces con todo lo que aquel chico había montado para ella.
_Supongo que eso es un sí, pero espero que comas algo.
Carla asintió y cogió un bollo de chocolate. Le encantaba el
chocolate y toda la comida que lo tuviera, aunque procuraba no abusar de este
tipo de alimentos. No se podía creer que el mismo chico que unos días antes la
había hecho sacar tanto de quicio, le hubiera organizado aquel desayuno para
disfrutar de él observando el amanecer. Le había hecho madrugar, y eso era algo
que odiaba, pero había merecido la pena. No solo por la comida y el paisaje,
sino por estar con él, por su presencia.
_¿Sabes? El desayuno es mi comida preferida_ comentó Gael
mientras mojaba una galleta en el café._ Desayunaría a todas horas.
Carla se rió al escuchar aquello. Se imaginaba a Gael
comiendo todo aquello por la mañana, al mediodía y por la noche. Si así fuera, sus
seductores abdominales serían muy difíciles de mantener.
_¿De qué te ríes? ¿A ti no te gusta desayunar?
_Claro que me gusta. Pero no se puede abusar de bollos,
galletas, y todo esto.
_Tonterías. ¿Por qué no se puede abusar de algo que está
rico?
_Porque si lo comes siempre, terminará por no gustarte.
_ Entonces a ti tampoco te puedo comer siempre, ¿no?_ Gael
sonrió pícaro.
_¿Cómo?_ Carla se sonrojó. No le había podido entender bien.
_Que si me gustas y estoy contigo a todas horas al final me
dejarás de gustar. Es tu teoría, ¿no?
_Pero, ¿qué tiene que ver? ¡Estábamos hablando de comida!_
Carla subió el tono, no le había gustado nada aquel ejemplo de su teoría.
_Se puede aplicar perfectamente a una relación. ¿Nunca has
oído eso de que si comes todos los días carne, un día te aburrirás y te
apetecerá probar otros platos? No sé, unos macarrones por ejemplo.
¿Pero qué le estaba diciendo? ¿Qué ya quería estar con
otras? ¡Si no llevaban nada juntos! Carla no daba crédito a lo que estaba escuchando. Gael
le había hecho pasar una noche mágica, le había regalado aquel desayuno al
amanecer, y después le decía que le gustaría probar a otras mujeres porque un
día se cansaría de ella. ¡Si ni siquiera eran novios para decirle eso! ¿O tal
vez sí? Decidió no comentar nada y le dio otro mordisco a su bollo.
_Estás picada.
La sonrisa de Gael no desaparecía de su rostro. Solamente
había dicho aquello porque sabía cuál iba a ser su reacción. Estaba tan guapa
cuando se enfadaba.
_No estoy picada_ contestó Carla después de beber un poco de
café.
_Uy, sí que lo estás.
_No, no lo estoy.
_Y ahora te estás picando más. Eres tan tonta.
Y después de decir esto, se aproximó a ella, mezclando en un
beso el aroma a café y el sabor a chocolate. Al separarse, Carla todavía no había
abierto los ojos. Unos segundos antes estaban discutiendo, y después le había
dejado probar el mejor de los sabores. Gael le acarició el cabello, y le
susurró algo al óido.
_Eres muy tonta, y no sabes cuánto me gusta.
Y antes de que Carla pudiera quejarse, volvió a besarla.
Pero este beso fue más largo y más intenso, y sobre todo, el más romántico que
nunca antes habían tenido ninguno de los dos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario