lunes, 30 de julio de 2012

Capítulo veintiuno.


“Eleanor rigby” no paraba de sonar. Carla, todavía algo dormida, buscó el despertador con las manos y observó la hora. ¡Las seis y media de la mañana! ¿Quién le llamaba a esas horas? Descolgó el móvil sin ni siquiera mirar quien la llamaba y respondió algo enfadada por haber interrumpido su sueño.

_¿Qué?
_Carla.

Aquella voz. Esa voz que había escuchado el día anterior. Era él. Se avergonzó al haberle respondido así. Ni siquiera había asimilado lo ocurrido en la piscina y lo de después de la piscina.

_Ah, eres tú_ dijo sonriendo algo sonrojada.
_Sí, soy yo. Quiero pasar el día contigo.
_¿El día entero?
_Sí, entero. Desayunaremos, comeremos y cenaremos. A las doce te dejo en casa. ¿Qué te parece?
_Pues me parece algo raro_ se rió._  Pero vale, acepto.
_¿Te paso a buscar en una hora?
_Vale. ¿A dónde vamos a ir? Lo digo por la ropa…
_Mmm… Será mejor que lleves una mochila con ropa de recambio.
_¿Ropa de recambio? ¿Pero qué vamos a hacer?
_Es una sorpresa.
_No me gustan las sorpresas.
_Ésta te gustará.
_¿Cómo lo sabes?
_Porque lo sé. Te recojo en una hora. Adiós Carla.

Gael colgó sin que a Carla le diera tiempo a despedirse. ¿Qué sorpresa le daría? ¿Querría bañarse otra vez en la piscina? ¿O tal vez en la cala? Si fuera así, lo de la ropa de recambio tendría bastante sentido. Fue al baño y se lavó la cara.  Era una buena idea pasar un día juntos, pero ¿no podía ser un poquito más tarde? Se dio una ducha rápida y bajó a desayunar. Sus padres obviamente aún no se habían levantado. Hizo café, y se lo sirvió en una taza. Café y croissant, el desayuno de todas las mañanas. Cuando masticó el último trozo, recordó que Gael le había dicho que desayunarían juntos. ¿Hablaría en serio? ¿O lo diría por decir? De todas formas, ya no había vuelto atrás, ya se había tomado su comida matutina. Subió al dormitorio y buscó algo apropiado para ponerse. Se decidió por un top blanco y unos shorts vaqueros. Después, metió en su mochila lila una camiseta verde pistacho y unos pantalones negros. También metió la cartera, el móvil y las llaves de casa. No quería que le pasara como la última vez. Observó la hora. Las siete y cuarto. Aún le quedaban quince minutos para maquillarse, arreglarse un poco el pelo, y dejarle una nota a sus padres para decirles que volvería de noche. No podía explicarles nada más porque ni siquiera ella sabía que iba a hacer. Dos golpes secos en la puerta. Carla la abrió, ya sabía quién era. Allí le esperaba él, con su sonrisa de siempre.

_¿Estás lista?
_Sí.

Y dicho esto, se puso la mochila en los hombros y salió de casa. Se llevó una sorpresa cuando vio un Seat León azul aparcado al lado del coche de sus padres. Gael sacó unas llaves de su bolsillo y abrió el coche. Carla no se lo podía creer. ¿Desde cuándo Gael tenía coche? No le había comentado nada.

_¿Es tuyo?
_No, de mis padres. Pero tranquila que tengo carnet_ contestó guiñando un ojo.

Carla se subió en el asiento de copiloto y Gael arrancó el coche. Salieron del pueblo, y empezaron a subir por una carretera con muchas curvas. Gael conducía realmente bien, a la velocidad indicada, con precaución, como a ella le gustaba. Odiaba a los chicos que se hacían los duritos conduciendo a velocidades excesivamente altas por la ciudad. Estuvieron en el coche unos veinte minutos. Después, Gael aparcó en un área de descanso. Carla no tenía ni idea de en qué sitio estaban. Los dos se bajaron, y Gael le pidió que cerrara los ojos.

_¿Por qué?
_Porque es más divertido así.

Sacó unas bolsas del maletero y después de recordarle a Carla que tenía que seguir con los ojos cerrados, la cogió de la mano. Subieron una cuesta empinada, y al llegar a una superficie llana, la soltó. Sacó de una bolsa un mantel y lo estiró sobre el cemento. Después, comenzó a sacar cosas de las bolsas.

_¿Puedo abrirlos ya?
_No, espera un segundo.

Gael colocó las últimas cosas y después rodeó con los brazos la cintura de Carla. Ella sonrió al sentirlo tan cerca. Gael la llevó hasta donde quería que fuera, y cuando ya estaba en la posición correcta, le pidió que abriera los ojos.

_Ya puedes.

El sol. Miles de casitas abajo. El mar. Estaba amaneciendo. Carla nunca se había levantado tan temprano para observar aquella bella escena. Se dio la vuelta y le miró a los ojos .Todavía estaba emocionada  por aquellas vistas.

_Es precioso.
_¿Te gusta? Sé que te ha costado madrugar, pero merecía la pena, ¿no?

Carla asintió. No podía parar de sonreír.

_Y aún no has visto lo mejor de todo… ¡Tachan!_ dijo señalando con las manos lo que acababa de preparar.

La sorpresa  de Carla aumentó al ver la cantidad de comida que Gael había colocado en el suelo  sobre un mantel de cuadros. Había bollos, donuts, zumo, café, galletas… Gael la invitó a sentarse, y ésta lo hizo, todavía sin creerse lo que estaba pasando.

_Espero que no hayas desayunado ya…_ dijo mientras servía en un vaso de plástico café del termo.

Carla se rió. Sí que había desayunado, pero no le importaba desayunar dos veces con todo lo que aquel chico había montado para ella.

_Supongo que eso es un sí, pero espero que comas algo.

Carla asintió y cogió un bollo de chocolate. Le encantaba el chocolate y toda la comida que lo tuviera, aunque procuraba no abusar de este tipo de alimentos. No se podía creer que el mismo chico que unos días antes la había hecho sacar tanto de quicio, le hubiera organizado aquel desayuno para disfrutar de él observando el amanecer. Le había hecho madrugar, y eso era algo que odiaba, pero había merecido la pena. No solo por la comida y el paisaje, sino por estar con él, por su presencia.

_¿Sabes? El desayuno es mi comida preferida_ comentó Gael mientras mojaba una galleta en el café._ Desayunaría a todas horas.

Carla se rió al escuchar aquello. Se imaginaba a Gael comiendo todo aquello por la mañana, al mediodía y por la noche. Si así fuera, sus seductores abdominales serían muy difíciles de mantener.

_¿De qué te ríes? ¿A ti no te gusta desayunar?
_Claro que me gusta. Pero no se puede abusar de bollos, galletas, y todo esto.
_Tonterías. ¿Por qué no se puede abusar de algo que está rico?
_Porque si lo comes siempre, terminará por no gustarte.
_ Entonces a ti tampoco te puedo comer siempre, ¿no?_ Gael sonrió pícaro.
_¿Cómo?_ Carla se sonrojó. No le había podido entender bien.
_Que si me gustas y estoy contigo a todas horas al final me dejarás de gustar. Es tu teoría, ¿no?
_Pero, ¿qué tiene que ver? ¡Estábamos hablando de comida!_ Carla subió el tono, no le había gustado nada aquel ejemplo de su teoría.
_Se puede aplicar perfectamente a una relación. ¿Nunca has oído eso de que si comes todos los días carne, un día te aburrirás y te apetecerá probar otros platos? No sé, unos macarrones por ejemplo.

¿Pero qué le estaba diciendo? ¿Qué ya quería estar con otras? ¡Si no llevaban nada juntos! Carla no daba crédito a lo que estaba escuchando. Gael le había hecho pasar una noche mágica, le había regalado aquel desayuno al amanecer, y después le decía que le gustaría probar a otras mujeres porque un día se cansaría de ella. ¡Si ni siquiera eran novios para decirle eso! ¿O tal vez sí? Decidió no comentar nada y le dio otro mordisco a su bollo.

_Estás picada.

La sonrisa de Gael no desaparecía de su rostro. Solamente había dicho aquello porque sabía cuál iba a ser su reacción. Estaba tan guapa cuando se enfadaba.

_No estoy picada_ contestó Carla después de beber un poco de café.
_Uy, sí que lo estás.
_No, no lo estoy.
_Y ahora te estás picando más. Eres tan tonta.

Y después de decir esto, se aproximó a ella, mezclando en un beso el aroma a café y el sabor a chocolate. Al separarse, Carla todavía no había abierto los ojos. Unos segundos antes estaban discutiendo, y después le había dejado probar el mejor de los sabores. Gael le acarició el cabello, y le susurró algo al óido.

_Eres muy tonta, y no sabes cuánto me gusta.

Y antes de que Carla pudiera quejarse, volvió a besarla. Pero este beso fue más largo y más intenso, y sobre todo, el más romántico que nunca antes habían tenido ninguno de los dos.

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