miércoles, 4 de julio de 2012

Capítulo quince.


Aquella mañana de sábado, Mario estaba solo en la panadería. Su padre tenía que hacer unos recados que le mantendrían ocupado toda la mañana. No entró mucha gente. Desde que pusieron panaderías en los supermercados, la gente prefería comprar allí el pan. Aún así, el padre de Mario se había ganado la fidelidad de muchos clientes. Su pan era más crujiente y estaba más rico que el de los supermercados, o al menos eso era lo que le decían todas las señoras que compraban allí. Mario sacó varias baguetes del horno y las comenzó a colocar sobre una bandeja para que se enfriaran. Sintió los pasos de alguien que entraba en la tienda.

_Ahora mismo le atiendo_ dijo mientras colocaba las últimas barras en la bandeja.
_Hola.

Aquella voz le resultaba familiar. Se giró y vio aquel rostro. Era Carla. Estaba guapísima. Su cabello castaño parecía más claro por la luz que entraba por la puerta, y llevaba una camiseta de tirantes rosa que le favorecía mucho.

_¡Carla! No esperaba verte…
_Me lo imagino. Hace mucho que no sé de ti.

Mario bajó la mirada. Sí, hacía mucho que no daba señales de vida. Pero era porque necesitaba pensar. No podía estar con Carla si Gael estaba enamorado de ella, pero por otra parte, era él el que se había comportado como un capullo. Mario también tenía derecho a estar con quien quisiera. Pero no, él no estaba enamorado de Carla, y no sabía si ella lo estaría de él. Decidió que aquel era el mejor momento para poner las cartas sobre la mesa.

_Ya. Carla, tenemos que hablar.
_Claro. Dime

Carla estaba seria. No había ido a ver a Mario para echarle nada en cara. Ni siquiera sabía para qué había ido. Se había dado cuenta de que por Mario sólo sentía atracción, y que por Gael estaba empezando a sentir algo extraño, algo que le había hecho sentir celos al verlo con aquella chica en la cala. Ella también quería hablar con Mario, pero decidió que él hablase primero. Mario colgó en la puerta de la entrada un cartel verde de “Vuelvo enseguida”, y a continuación, cerró la puerta. Le hizo una seña a Carla para que le acompañase al almacén. Allí guardaban todos los productos para hacer el pan y los dulces que preparaban por las mañanas. Se sentaron sobre una mesa en la que se encontraba el ordenador con el que Mario pasaba el tiempo cuando no entraba nadie en la panadería. Mario observó a Carla, que también le miraba a él. No sabía cómo empezar.

_Bueno…Tú dirás…_ dijo Carla, algo impaciente.
_Verás, Carla. La verdad es que estoy hecho un lío. No te lo puedo contar todo…pero hay algo… Algo que me impide estar contigo.
_¿Algo? ¿Qué algo?_ Carla arqueó las cejas sorprendida.
_Mmm…No sé como explicártelo sin contártelo todo… Digamos que hay una tercera persona… y aunque no se lo merece, no puedo hacerle esto.
_¿Me estás queriendo decir que estás con otra chica?
_No_Mario sonrió_ No, de verdad que no es eso. No te puedo contar nada más. A mí me gustas mucho, me encantas, pero también tengo que decirte que sólo es eso, que no hay nada más.

Carla suspiró aliviada. Él sentía lo mismo que ella. Pero, ¿qué quería decir con eso de que había una tercera persona?

_No te preocupes. Yo también sólo siento atracción por ti.
_Vaya…¿En serio? Eso es genial, de verdad. Tenía miedo de que sintieras algo más.
_No, no te preocupes_ Carla sonrió y le tocó la mejilla con la mano.

Mario le regaló otra sonrisa, y la besó en la mejilla. Ella le devolvió el beso. Un abrazo. Y entonces pasó otra vez. Dos cuerpos demasiado cerca. Esa atracción irrefrenable comenzaba de nuevo. Se separaron y se miraron a los ojos llenos de deseo. Rápidamente, comenzaron a besarse en los labios. Besos repletos de pasión, profundos, húmedos. La camiseta de Carla pronto cayó sobre la vieja madera que cubría el suelo. Mario comenzó a tocar sus pechos, cubiertos por un sujetador blanco con pequeños dibujos, y empezó a lamerlos con la lengua. Carla le desabrochó el botón del pantalón y comenzó a tocar el bulto que empezaba a aumentar debajo del bóxer azul marino. Aquello provocó que Mario se excitara aún más, y que le bajara hasta las rodillas la minifalda vaquera. Tocó el algodón de sus braguitas blancas. Primero, suavemente, después de manera más rápida e intensa. Ella dejó caer su espalda sobre la mesa y se dejó hacer. No podía parar. Ninguno podía parar. Ambos sabían que aquello era un error, pero no estaban preparados para echar el freno de mano. Querían seguir, querían llegar hasta el final, que sus cuerpos se unieran en uno durante aquellos minutos de atracción y placer. Después, que pasara lo que tenía que pasar. Pero en aquel momento, era lo que deseaban. Mario abrió un cajón del escritorio, y bajo unos papeles, encontró lo que buscaba. La caja de preservativos que había comprado unos días antes. Sacó uno y se lo enseñó a Carla.

_¿Quieres?_le susurró al oído.
_Sí.

Él le mordió el cuello, y ella soltó un gemido. Se bajó los pantalones del todo, y se quitó los bóxers. Iba a suceder. Los dos estaban preparados para el momento. Pero de repente, otra voz familiar.Alguien había entrado a la panadería y se dirigía al almacén.  Mario había cometido el error de no haber cerrado la puerta con llave.

_Mario, tío, tenemos que hablar…

Gael se quedó paralizado al encontrarse con aquella escena de pasión en el almacén. Fijó la mirada en el preservativo que sujetaba Mario en la mano. Ni siquiera observó el cuerpo casi desnudo de Carla, la cual avergonzada rápidamente alcanzó la camiseta rosa y se la puso. Pasaron unos segundos antes de que reaccionara y saliera de la panadería sin decir nada. Nadie dijo nada. Lo único que se escuchó fue el sonido del reloj de la iglesia del pueblo que anunciaba la una del mediodía y el silencio de un corazón roto.

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