lunes, 9 de julio de 2012

Capítulo dieciocho.


Otro suspiro. Carla llevaba una hora observando la cala desde el ventanal de su habitación. Tal vez él apareciera por allí. Pero no, el rostro de Gael no era uno de los muchos que pasaban una tarde soleada al lado del mar. Pero sí había dos caras conocidas. Inés y Katia estaban tumbadas en la arena tomando el sol. No las había vuelto a ver desde el sábado anterior. Inés le caía bien, y Katia tampoco estaba mal, aunque tenía la impresión de que ésta no sentía precisamente aprecio por Carla. Además, había tenido algo con Gael. Supuso que ya había finalizado por la forma en la que había salido Katia del pub y porque Mario le había dicho que Gael no estaba con nadie. Le gustaba. Le gustaba mucho, y por lo visto él también sentía algo por ella. Ella jugaba con ventaja; sabía que él sentía algo, pero él no sabía que ella le correspondía. A no ser que Mario se lo hubiera dicho ya, claro. Tenía que usar esa carta a su favor y aprovecharla al máximo. Después de lo que había visto Gael en el almacén de la panadería, debía hacerle notar que aquello se había acabado y que por el que sentía algo era por él. ¿Pero cómo se hace eso con mucha sutileza? Siempre había sido muy tímida con esos temas, y nunca había tenido que dar el primer paso. ¿Sería ese el momento para empezar a hacerlo? Suspiró una vez más. Se sorprendió al escuchar los pasos de alguien que entraba en su habitación. Eran bastante lentos. Indudablemente, se trataba de su padre. Carla dejó de observar la cala y dirigió la mirada hacia Jaime. Éste estaba bastante serio, aunque aquello en su padre era normal. Pocas veces le había visto sonreír. Se imaginó qué era lo que quería  saber.

_¿Hiciste la preinscripción?

Había acertado.

_Sí.

No mintió. Sí la había hecho, pero no para la carrera que él quería que la hiciese.

_Muy bien.

Y con el mismo rostro que carecía de expresión alguna de alegría, salió de la habitación. Carla se tumbó en la cama y cerró los ojos. Tenía que confesar la verdad. Pero no en aquel momento. Tenía que esperar que finalizara el plazo de la preinscripción para que no existiera manera alguna de modificar las carreras elegidas. Hasta entonces, no se iba a preocupar. Su mente se dedicaría exclusivamente a Gael.

Un poco más tarde, en un lugar no muy alejado…

Ahora le tocaba disculparse a él. En realidad, no debía hacerlo pero había decido tragarse su orgullo y arreglar las cosas con su mejor amigo. Creía recordar que aquella tarde no tenía turno en la piscina, porque algún sábado por la tarde sí le tocaba. Los helados los vendían él y David, un joven de dieciséis años que quería ahorrar dinero para comprarse una moto.
Al descartar que Gael estuviera en la piscina, existían dos posibilidades más: o bien estaba en la cala, o bien en su casa. Decidió probar primero con aquello último, más que nada porque era el lugar más cercano. Al llegar, le abrió la puerta Mercedes, su madre. Conocía a Mario desde que era pequeño y siempre había sido muy amable con él. Ese día no iba a ser menos. Le preguntó por sus padres y por la panadería; después le invitó a tomar algo pero él respondió negativamente. Lo único que quería era hablar con Gael. Mercedes le guió hasta su habitación, y antes de que éste llamara a la puerta, se despidió del chico con dos besos y una sonrisa. Después, volvió a la cocina para tomar un café mientras veía su telenovela favorita.
Dos golpes secos en la puerta de madera. Una voz desde dentro le indicó que pasara. Gael retiró la mirada del ordenador y la posó en Mario. Se sorprendió de verlo allí. Cuando llamaron a la puerta, pensó que sería su madre aunque ésta siempre entraba sin llamar.

_Hola.
_Hola.

Silencio. Mario se sentó en la cama y empezó a acariciar con sus dedos la colcha verde pistacho. ¿Quién debería ser el primero en hablar? Gael no comprendía qué hacía allí Mario. No había podido dejar de pensar en lo que había presenciado aquella mañana, y cuando le miraba, volvía a recordar aquella imagen. Estaba muy dolido, pero no tenía derecho a enfadarse con él. ¿Por qué le había ido a ver?¿No seguía cabreado? ¿O es que ya le había perdonado?

_¿Querías algo?_ dijo con con una tímida sonrisa. Si su amigo había venido a hacer las paces, no quería que él fuera la causa de que se echara atrás.
_Bueno, sí… Lo que has visto esta mañana…
_Ah, sí. Bueno, me alegro de que la cosa marche bien entre vosotros.
_No. No hay cosa.
_¿Cómo que no? ¿Entonces lo de esta mañana?
_Lo de esta mañana solo fue un calentón. Ninguno de los dos sentimos nada, de verdad.

Los ojos de Gael se iluminaron esperanzados. Si su amigo decía la verdad… ¡Podría intentar algo con Carla! ¿Pero se estaba escuchando? ¿Intentar algo él? ¿Algo serio? Por aquel entonces, no sabía si sería serio o no, pero lo que si sabía es que le gustaría dedicar mucho de su tiempo a aquella chica. Observar sus ojos marrones, probar sus labios carnosos. Hacerla rabiar y después pedirle perdón con un beso. Eso era lo que quería. Pero era algo que nunca había deseado tener con nadie. Sus relaciones no habían durado más  de una semana. La única con la que había mantenido algo más duradero era con Katia, y no se trataba de nada serio, sino de dos amigos que satisfacían sus necesidades sexuales. Al menos él lo veía así, aunque unas horas antes se había enterado de que aquello no había sido igual para ambos.

_¿Lo dices en serio?
_Completamente_ contestó Mario con una gran sonrisa.
_¿Todo esto significa que seguimos siendo amigos?
_Si tú quieres, sí.

Gael se levantó de la silla en la que estaba sentado y se acercó a Gael para abrazarle. Éste le correspondió y se separaron sonriendo.

_Ahora ya sabes lo que tienes que hacer_ dijo Mario guiñándole un ojo.
_¿El qué?
_Ir a por ella.

Le dio un golpe suave en el hombro y Gael afirmó con la cabeza. Conseguir a Carla. Por fín podía intentarlo. Y por fin volvía a estar bien con su amigo. Cuánto lo había echado de menos. Ana se había ido aquella mañana a Inglaterra y se sentía muy solo. No quería ni pensar cómo pasaría el resto del verano. Pero aquella tarde recuperó la esperanza y la felicidad que había perdido en los días anteriores. Aunque aún podía ser mucho más feliz. Y aquella muchacha de melena castaña y ojos marrones claros podía ser la razón.

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